Chiapas
7


Antonio Paoli
Comunidad tzeltal y socialización

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Autonomía indígena y usos y costumbres: la innovación de la tradición

Luis Hernández Navarro,
El laberinto de los equívocos: San Andrés y la lucha indígena

Ana Esther Ceceña,
La resistencia como espacio de construcción del nuevo mundo

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Los municipios autónomos zapatistas

Antonio Paoli,
Comunidad tzeltal y socialización

Jorge Cadena Roa,
Acción colectiva y creación de alternativas

Ana Esther Ceceña,
El mundo del nosotros: entrevista con Carlos Lenkersdorf


PARA EL ARCHIVO

Armando Bartra,
John Kenneth Turner: un testigo incómodo

Francisco Pineda,
Frantz Fanon: Los Condenados de la tierra y el 68

La guerra psicológica en su dimensión urbana
(informe sobre violaciones a los derechos humanos contra organismos civiles)

Declaración política de la sociedad civil en su encuentro con el EZLN


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Dedicamos este ensayo a nuestros compañeros de trabajo
y proyecto Sergio Valdez Ruvalcaba y Luis Menéndez
Medina, hoy presos de conciencia en la cárcel de
Cerro Hueco.

[La palabra comunidad,] tal como la encontramos en gran parte de los pensadores de las dos últimas centurias, abarca todas las formas de relación caracterizadas por un alto grado de intimidad personal, profundidad emocional, compromiso moral, cohesión social y continuidad en el tiempo. La comunidad se basa en el hombre concebido en su totalidad, más que sobre uno u otro de los roles que puede tener en un orden social, tomados separadamente. Su fuerza psicológica procede de niveles de motivación más profundos que los de la mera volición o interés, y logra su realización por un sometimiento de la voluntad individual que es imposible en asociaciones guiadas por la simple conveniencia o consentimiento racional. La comunidad es una fusión de sentimiento y pensamiento, de tradición y compromiso, de pertenencia y volición.[1]

¿Cómo se da a sí misma la comunidad tzeltal prácticas que propician la integración y la solidaridad y, con ellas, la reconciliación y la paz?

Queremos acercarnos a los conceptos de respeto, tolerancia, reconciliación y a muchos otros que en el contexto de la pequeña comunidad se hacen vida práctica, valor, k’ubul cuxlejal (vida profunda). En el contexto del k’ubul cuxlejal se integran ideales colectivos, la conciencia de un bien social entendido por los tzeltales como fundamento de las normas individuales y comunitarias. Su aplicación adecuada es piedra angular de toda verdadera autonomía en el ámbito de la pequeña comunidad.

Haremos una abstracción del ámbito de la pequeña comunidad tzeltal y nos detendremos en algunas de sus estructuras y valores claves mediante los cuales se hace posible su integración solidaria.

Presentaremos en tzeltal los términos básicos, luego los traduciremos al castellano y con frecuencia haremos alguna interpretación. Abriremos también pequeñas ventanas, relatos breves para ejemplificar el uso de estos términos en la vida cotidiana.

Nuestro universo se refiere a más de mil pequeñas comunidades tzeltales, en las que viven alrededor de 50 mil familias, todas ellas en el estado de Chiapas, en la república mexicana.[2]

El tzeltal tiende a mantenerse en pequeñas comunidades. Conforme crece la población, se advierte una tendencia a formar nuevos parajes.

En los censos nacionales se ha considerado a las comunidades tzeltales como poblaciones con "muy alto grado de marginalidad". Por ejemplo, el municipio de San Juan Cancuc, donde 99.7 por ciento de la población es tzeltal, se considera como el más marginado del estado de Chiapas y ocupa el lugar número 7 de mayor marginalidad a nivel nacional. A nivel estatal, Sitalá ocupa el número 3, Chanal el 8, Chilón el 9, Oxchuc el 19, Tenejapa el 29, Ocosingo el 30.[3]

Cuando nos aproximamos un poco vemos que los desarrollos están centralizados, que constituyen ventajas para una minoría de los habitantes del municipio y que normalmente estas ventajas están localizadas en los asentamientos de mayor población. Estos datos son sólo una pequeña indicación de que hablamos de gente realmente pobre, segregada de los logros económicos, sociales y políticos del desarrollo nacional. Apuntan también hacia fuertes contradicciones, asimetrías y conflictos que no son ajenos a la comunidad. La organización colectiva vive en una tensión entre la preservación de las estructuras tradicionales y los influjos de diversas rupturas dadas por una gran diversidad de factores, entre los que se pueden contar la presión sobre la tierra y la influencia de diversas facciones políticas, religiosas, comerciales, caciquiles. Estas fuerzas logran atraer clientelas diversas al interior de los parajes y propician que las oposiciones asuman banderas regionales y nacionales; con ello se agrandan las dimensiones de los conflictos y se limitan los mecanismos tradicionales de la comunidad para resolverlos.

En este trabajo nos concentraremos en relaciones que propician la integración y la solidaridad, no porque queramos ignorar las dramáticas rupturas que han padecido las comunidades, sino porque queremos reflexionar en torno a los mecanismos sociales que preservan, en alguna medida, el compromiso moral de la unidad. Queremos considerar críticamente cómo es posible cooperar con estas formas de integración y solidaridad.

Pretendemos presentar un ideal social en gran medida hecho realidad. Los tzeltales que viven en las pequeñas comunidades participan en estas formas colectivas de convivencia, con las cuales dan unidad a cada paraje y a los diversos parajes entre sí. Para ellos la unidad es una cuestión trascendente y sagrada. Desde allí construyen sus vínculos con sus compañeros, con la nación mexicana y con la humanidad.

Acerquémonos a este conjunto de familias campesinas hablantes de la lengua tzeltal, con una producción que les permite ser relativamente autosuficientes pero no superar la pobreza. En el seno de la pequeña comunidad se intercambian servicios sistemáticamente, dirigidos por personas con autoridad moral, gente que ha servido y que ha hecho aportaciones económicas a la comunidad en el cumplimiento de su servicio.

Comunidad y subsistencia

En la pequeña comunidad normalmente se toman acuerdos por consenso. El consenso supone que la palabra dada es un compromiso de honor. Sus miembros se necesitan los unos a los otros y reciben y otorgan servicios constantemente.

El policultivo de la milpa es normalmente la base económica más importante de la familia y de la comunidad, aunque siempre se requieren otras fuentes de ingreso, otras actividades agrícolas, principalmente el cultivo del café y del frijol. A través del primero obtienen ingresos monetarios; el segundo es un complemento alimenticio frecuentemente necesario. También es importante la recolección de plantas silvestres. La pequeña ganadería es otra base del sustento, y aunque de menor importancia que la agricultura, es un medio para ahorrar y afrontar emergencias. La caza y la pesca constituyen otro apoyo, que en ocasiones es básico. El trabajo jornalero y las artesanías suelen ser otras alternativas económicas, a veces indispensables para el sustento familiar y el servicio a la comunidad.

Los ingresos monetarios normalmente se usarán para comprar un conjunto de productos básicos como machetes, ropa, zapatos, jabón, sal, azúcar, pastas, aceite, aparatos electrónicos. Estos artículos, entre muchos más, ya forman parte del consumo regular y hay pequeñas tiendas en la comunidad en las que se pueden adquirir. Los ingresos monetarios son necesarios para obtenerlos. Esto supone una entrada de creciente importancia al mercado externo. Sin embargo, aunque estos bienes atraen mucho a las comunidades, se saben en grave desventaja para entrar plenamente al consumismo capitalista. Su producción de autoconsumo los protege. El acceso a la tierra, paradójicamente, les permite la entrada a este mercado y los protege de él.

Normalmente hay un conjunto de costumbres propias de cada lugar que autorizan o condicionan los modos de usar los terrenos comunales para la explotación de las parcelas, los bosques, los ríos y otros recursos de propiedad comunal.

La comunidad y la tierra

Uno de los elementos claves de la integración es la relación de la comunidad con la tierra, relación que supone normas aceptadas colectivamente para organizar el uso y el usufructo de este bien primordial. Los vínculos con la tierra suponen normalmente una profundidad histórica en la que se enraízan tradiciones, experiencias sociales que son base de sus lenguajes y referencia obligada para dialogar y llegar a acuerdos, para celebrar, para definir reglas de comportamiento.

Muchas comunidades tienen gente avecindada sin derecho formal a la propiedad y al uso agrícola del suelo. Ellos también están vinculados de una u otra manera a estas relaciones con la tierra, a través del uso de la propiedad comunal para obtener leña, recolectar plantas, cazar, pescar, alquilarse en el trabajo jornalero, apacentar el ganado y ofrecer u obtener otros servicios.

Es frecuente que la unidad de la comunidad se defina a partir del enfrentamiento actual o histórico con otras comunidades o modelos de explotación de la tierra, como pueden ser las haciendas y ranchos privados. La identidad comunitaria también se define por contraste. Las demandas y los posibles enfrentamientos con diversas entidades ajenas a la comunidad tienen que afrontarse colectivamente, tanto en caso de choques directos como en las querellas jurídico-políticas ante las burocracias correspondientes.

Para el campesino en general, y para el indígena en particular, es imposible afrontar estos problemas de manera aislada. Con mucha frecuencia apelará a la pequeña comunidad y también a la comunidad de comunidades que conforma la comarca india. Esta instancia organizativa le da al indígena una nueva dimensión, un respaldo, una protección y una fuerza mayor para plantear reclamos colectivos. Las expresiones políticas de las familias necesariamente requieren de estas instancias sociales para hacerse oír.

La tierra es el principal medio de trabajo, y la energía humana la potencia que hace posible la producción mediante herramientas simples, que fundamentalmente son machete y macana sembradora.[4] El padre de familia dirige la cooperación familiar y, eventualmente, de otras personas que suelen ser miembros de la pequeña comunidad.

Los conocimientos agrícolas son sofisticados, fruto de una larga tradición que ha catalogado los suelos, las semillas y diversos tipos de plantas y ha definido combinatorias útiles, estrategias productivas, formas de protección.

Casi siempre la tierra es comunal, aunque el usufructo de la parcela trabajada es privado. Por lo general la gente se interesa en señalar sus parcelas a nivel de acuerdos comunitarios. Con mucha frecuencia prefieren no hacer deslindes oficiales de cada parcela. La gran mayoría de los ejidos no están oficialmente parcelados, ya que esto puede significar un gasto fuerte. Además, así nadie puede vender a extraños su tierra.

El acceso a la tierra supone fuertes relaciones de filiación: acceso a la semilla donada generosamente por los ancestros, apoyo familiar y comunal y un conocimiento de las condiciones de la producción y de la sociedad.

La comunidad opera como un conjunto de células familiares con diversos sistemas de cooperación entre sí. Sin embargo, cada unidad productiva doméstica es independiente en principio, y en muchos aspectos podemos decir que es soberana, de tal manera que una innovación tecnológica no es necesariamente adoptada por todas ellas. Nadie puede decidir por los otros. Esta condición hace que las novedades sean miradas por un conjunto de ojos críticos, de unidades domésticas que pueden resistir o adoptar las nuevas tecnologías. El discernimiento entonces no es cuestión de un líder, sino de un conjunto de cabezas de familia y de la aceptación y acomodo en el interior de las rutinas familiares. La comunidad impone así un razonamiento colectivo.

La unidad comunitaria supone, en principio, el discernimiento de cada unidad doméstica por separado. La representación en el seno de la asamblea no está basada solamente en la designación, sino en la estructura de las entidades familiares que conforman y hacen posible la comunidad. Cada uno de los hombres casados es un representante y no puede renunciar a esta representación vitalicia.

Normalmente todas las actividades económicas, sociales y políticas están supeditadas a la realización de los trabajos productivos, y especialmente al cuidado de la milpa. Debemos aclarar que los recursos generados por la milpa y otras actividades productivas sólo sirven a la comunidad a través del donativo de sus respectivos dueños. Este donativo se entrega en forma de fuerza de trabajo o en especie. El respeto al patrimonio de cada familia es uno de los cimientos más importantes de la comunidad.

Los procesos productivos marcan ritmos sociales que hacen posible prever los tiempos y los movimientos de los miembros de la comunidad. Las actividades de los otros se hacen comprensibles por experiencia propia. A partir de esta relativa transparencia de la vida social es posible pensar la actividad política, aunque siempre en referencia al ordenamiento social interno de las unidades domésticas, a su producción, a sus sistemas de socialización, a sus redes de relaciones que permean la pequeña comunidad y la vinculan a muchas otras.

Los ja’teletic y la intersubjetividad comunitaria

Normalmente la pequeña comunidad tiene un conjunto de ja’teletic (personas con cargo) que trabajan para organizar la vida comunitaria desde aspectos específicos: realizar las fiestas, cuidar de la escuela, introducir y mantener el agua potable, resguardar el orden, mediar en los conflictos, trabajar por la paz interna, organizar la parcela escolar, organizar el ejido, velar por la salud, mantener los caminos, construir y darle mantenimiento a cada una de las obras públicas que se requieran.

Cada uno de estos servicios comunitarios supone personas encargadas de convocar asambleas, llegar a acuerdos y vigilar que se realice lo acordado. Cada servicio requiere de una pequeña organización promotora, formada con frecuencia por un presidente, un secretario y un tesorero. Desde ésta se anima a toda la comunidad a lograr sus cometidos: convocar a la asamblea, propiciar acuerdos, impulsar y facilitar los trabajos para realizar las obras acordadas y celebrar los logros realizados.

Los cargos de autoridad duran normalmente un año. Ninguno de los ja’teletic cobra por sus servicios; más bien, con frecuencia tienen que poner dinero y recursos para hacer posible el desarrollo de su labor. Quien hace bien su trabajo va ganando autoridad moral.

A las personas que realizan las labores organizativas de estos trabajos comunales no se les llama autoridades, sino gente con trabajo (ay te ya’tel). Se subraya así que su función no es mandar, sino servir. Una alabanza común a quien tiene un cargo suele expresarse de manera similar a estas palabras de un amigo del ejido Betania: "Ya spas ta lec te ya’tel, ya sch’ujun te k’op yu’un te comonal, ya sch’ujun k’op yu’un te comon a’tel; teme chican binti ya yal te comonal ya spas stukel [Quien hace bien su trabajo, quien obedece la palabra dada por la comunidad, obedece la palabra que manda trabajo colectivo; cuando parece claro lo que dice la comunidad, él lo realiza ciertamente]".

Ch’ujun significa obedecer, y también creer, de manera que, en principio, los ja’teletic no obedecen de una forma superficial, sino que creen y se abocan a realizar lo que la comunidad decide mediante acuerdo. Para dirigir bien deben apropiarse, hacer suyo lo consensado por el conjunto de la representación comunitaria. En principio sólo tienen derecho a mandar si mandan obedeciendo el pacto comunitario. Así, la autoridad descansa en la comunidad. La persona individual puede mandar sólo si se apega a los acuerdos de la colectividad.

La palabra de la comunidad frecuentemente se considera cosa santa; por eso se cree en ella y se obedece. Nos comenta un promotor de educación de la comunidad de Dolores, en la cañada del río Jataté: "Te ch’ujunel k’op ta yutil jnatic soc jmejtatic, soc bankiltic, soc yantic cristianohetic, soc ya sch’ultic k’op ta jcomonal [Al obedecer la palabra en el interior de nuestra casa, al obedecerla con nuestros padres, con nuestros hermanos mayores, con otras personas, nos bendice la palabra de nuestra comunidad]".

La palabra sch’ultic podría interpretarse como la acción de alguien que nos santifica: ch’ul significa algo similar a la palabra santo en castellano. En el contexto de esta oración el sustantivo se ha convertido en un verbo transitivo; la letra s es un prefijo que, antes de consonante, indica que esta acción es actuada por un sujeto (primera persona); el sufijo tic al final del verbo indica que hay un conjunto de sujetos (nosotros) que recibe esta acción.

Es importante señalar que la primera persona indicada con el prefijo s no es el único sujeto activo y que la primera persona del plural, receptora de la acción e indicada con el sufijo tic, no es pasiva. Ambas son sujetos activos.

Las investigaciones de Carlos Lenkersdorf en torno a la intersubjetividad entre los tojolabales nos ofrecen un amplio marco de consideraciones teóricas, lingüísticas y antropológicas, al parecer similares en todas las lenguas mayas, que nos permiten precisar mejor esta articulación, este acuerdo entre sujetos que, sin dejar de ser sujetos, son al mismo tiempo afectados y agentes.

Carlos Lenkersdorf señala: "Al desempeñar una pluralidad de funciones, a nadie le toca la sola función de mandar. Así, a nadie le toca la sola función de someterse. Todos desempeñamos una pluralidad de funciones, porque a cada uno nos toca una pluralidad de papeles. De esta pluralidad no se exceptúan ni siquiera los ‘habitantes’ del cielo o del universo".[5]

Hay que añadir que la comunidad de sujetos no existe sólo entre las personas; también las "cosas" son sujetos. Si su color es blanco, verde o rojo nos afectará de diversas maneras. Porque las cosas actúan sobre nosotros.

Podemos decir que las cosas son sujetos distintos de las personas y que las personas mismas se convierten en sujetos de tipos diversos según el papel que desempeñan en un determinado contexto.[6]

En el plano de la intersubjetividad tenemos una relación social que necesariamente invita a la crítica. Todos tienen derecho a su punto de vista, a una relativa autonomía personal que debe integrarse a las correlaciones de la colectividad de sujetos. Quien es p’ijil winik (hombre sabio) podrá prever los resultados de la interacción de los sujetos en el marco de las instituciones sociales y de la naturaleza.

Cada una de las instituciones o trabajos específicos de la pequeña comunidad supone una organización basada en acuerdos tomados en común. Podemos afirmar que todas las instituciones legítimas de la comunidad son, en principio, concretizaciones de acuerdos colectivos tomados a lo largo de la historia local.

Para que las instituciones cuenten con el respaldo y la cooperación de la comunidad se requiere que sean fruto de sus acuerdos. Sólo así pueden operar debidamente la escuela, la iglesia, la parcela escolar, el ejido, las cooperativas, el dispensario cuando lo hay, la agencia municipal y toda otra entidad de servicio social. A partir de estas organizaciones se realizan trabajos y comisiones tales como ir a presentar alguna queja o demanda a la capital del estado o de la república. También con base en estas organizaciones se realizan trabajos colectivos o labores para celebrar las fiestas de los Ahcananetic.

Cada una de estas actividades supone diversos trabajos de coordinación y de realización. Los padres de familia se van turnando en los cargos y se suman a las labores requeridas por todos éstos. La cantidad de actividades realizadas en común en las que normalmente participa un miembro de la comunidad es muy variada. Por ejemplo, trabajar en la parcela escolar, reponer el techo de la iglesia o construir alguna casa de la comunidad, abrir un camino, introducir o conservar las instalaciones del agua potable. Todos éstos y muchos otros trabajos tienen que realizar los miembros de la comunidad, en especial los padres de familia, independientemente de los cargos de los que son organizadores responsables.

Además de las labores citadas, muchos padres de familia serán ja’teletic. Pongamos como ejemplo el cargo de presidente de la escuela, según se estilaba en las comunidades de Bachajón en los años setenta. Quien tiene ese cargo verá que se recoja a los inspectores cuando las comunicaciones son a pie y los visitantes no conocen bien los caminos; tiene que encargar a gente de la comunidad que haga gratuitamente la comida para el trayecto y, frecuentemente, para darles la bienvenida. También debe ver que se mantenga en buen estado la escuela y su equipamiento, vigilar que los maestros y los alumnos cumplan con sus deberes, citar y coordinar asambleas para afrontar colectivamente algún problema que requiera del concurso de todos. Sólo este cargo supone una movilización constante de personas y recursos de la comunidad. Pero además esta persona participará en otros trabajos de la comunidad no relacionados directamente con la escuela, como la iglesia, los caminos, el agua potable y muchos otros más.

En una pequeña comunidad hay por lo menos entre siete y diez cargos que suponen una rotación constante de coordinadores y sus mesas directivas, ayudantes y prestadores de servicios que colaboran con los encargados.

El sujeto en el cargo no puede actuar arbitrariamente. Si quisiera mandar fuera de lo decidido en común, tendría que recurrir a la discusión entre los miembros de la comunidad para ver si se le permite o no. En este sentido, el poder se dirige y organiza mediante el acuerdo, a través del cual se delega autoridad en el sujeto.

El desarrollo de estas actividades comunitarias da una experiencia común de trabajo colectivo, de encuentro intersubjetivo, de éxito en la labor realizada, y esa realización, esa obra, queda como un símbolo que cotidianamente hace rememorar la coordinación de esfuerzos.

Los principales

A quien ha desempeñado diversos cargos y ha demostrado ser eficiente para hacer cumplir los acuerdos, y además se le reconocen dotes especiales, se le puede consagrar como un principal. Éste es un cargo vitalicio, y tendrá incluso derecho de veto ante decisiones de la comunidad. Normalmente ellos son los depositarios de la autoridad de la misma.

Los principales tienen trabajos civiles y religiosos al mismo tiempo, ya que en la comunidad tzeltal éstas no son cosas separadas. Ellos no tienen un cargo como los que antes hemos descrito, sino que ven por que todos los trabajos de la comunidad se desarrollen con armonía. Son encargados de ch’abtesel (pacificar, sosegar, silenciar), o bien encargados de que haya quien realice estas funciones. Es muy común que presidan el altar cuando los t’uneles (diáconos) celebran la misa. Ellos se encargan de prender el incienso y soplarlo para que penetre y purifique todos los rincones de la iglesia. Frecuentemente danzan con su mujer en medio de la ceremonia con los ojos bajos, profundamente ensimismados, introvertidos.

Cuando se presentan problemas serios es común que se reúnan en consejo de principales para contemplar entre todos el problema, para hablar con los ja’teletic que hagan falta y definir una estrategia de conjunto. En algunas ocasiones ayunan y oran todo el día como parte del proceso para resolver alguna dificultad.

Los principales son los organizadores de la vida religiosa de las comunidades. Incluso los diáconos encargados por la iglesia católica para administrar los sacramentos, llamados t’uneletic (seguidores), dependen de los principales. La iglesia los nombra oficialmente después de que su comunidad los nombra y confirma en su cargo a través de los principales.

Nos comenta un amigo de La Soledad, comunidad de la ribera del Jataté:

Te ch’abajel ya yich’ halel ta jlumaltic ha te principal ya spasic; ha ya sk’openic te Diose. Ha ya yil ta spisil te ha ya sk’ases te comon te mach’a ay necesidad ta yich’ha, te mach’a ya sk’an k’ax ta nupunem. Ha ya yil te principaletic ha k’op yu’unbil. Ha ya yabe sna te t’ujunel, ya yalbey te t’unel te ja ya spas te a’tel, te ya yabe nupunem o yich’ ha. Ta spisil sacramento ha halebil. Ha ya yil te principal bin’ut’il ya xk’ax ta k’anel te ch’ul sacramento. Ha scuenta ine te yilel yayel o scanantay slumal [El ch’abajel o pacificación que se realiza en nuestro pueblo lo hacen los principales; ellos le hablan a Dios. Miran todo lo que acontece en la comunidad, quién tiene necesidad de bautizo o quién quiere casarse. Ven los principales qué arreglo es requerido y se lo hacen saber al diácono, le dicen para que él realice el trabajo, que case o bautice, o suministre cualquier sacramento acordado. Así ve el principal cómo se dan los santos sacramentos. Así el principal se encarga de ver y cuidar de su pueblo].

El principal orienta y dirige en lo religioso y en lo civil, en lo público y en lo privado. Normalmente se cree en ellos como en un ideal social hecho realidad y la comunidad se tiende a unificar en torno suyo. Se asume que están en contacto con lo sagrado. Se les reconoce autoridad moral.

La sola presencia de los principales confiere importancia a la situación. Son factores claves de la integración comunitaria. En ellos se deposita la autoridad de la sociedad. Normalmente toda comunidad tiene por lo menos un principal. Ellos son los árbitros que con frecuencia hacen posible la reconciliación entre personas, entre familias y entre comunidades.

Un habitante del pueblo de Guaquitepec señala que: "Teme ma’ba kich’tic ta muk’ te Trensipaletic, ma yuc jun yo’tan te lum; ya x ochtic ta majtamba [Si no honramos a los principales, no será el pueblo un solo corazón y empezaremos a pelear entre nosotros]".[7]

Quienes tienen un cargo de un año y los principales constituyen dos sistemas de administración comunitaria que se complementan. Los principales normalmente trabajan como peones en las faenas de la comunidad, igual que todos los otros padres de familia. Su condición de dignatarios no los separa de las labores cotidianas de las obras públicas; al contrario, de esta manera preservan su autoridad. Actúan cumpliendo los acuerdos de la asamblea.

Sin embargo, cuando la comunidad nombra alguna autoridad, y en especial alguna autoridad religiosa como lo es un t’unel (diácono), ellos tienen derecho de veto. Si no lo aprueban, la asamblea tendrá que volver a discutir y elegir un nuevo candidato para presentarlo a los principales, o bien pedirles que reconsideren su veto.

Los principales son normalmente los encargados de velar por la paz, de pacificar a la comunidad, de orientar adecuadamente el cuxlejal (vida-espíritu).

Quienes tienen cargo por un año convocarán a asambleas donde los principales podrán participar como un miembro más de la comunidad, aunque desde luego su influencia en la realidad normalmente será mayor que la de otros; sin embargo, formalmente todos tienen el mismo derecho de expresarse. Quien convocó sólo podrá mandar para hacer cumplir los acuerdos, y con respeto podrá darle indicaciones a un principal, porque manda obedeciendo a la comunidad. El principal deberá obedecer. El principal ya spek’an sba soc ya sch’ujun yu’un te sk’op te comonal (se hace humilde y cree y obedece la palabra de la comunidad).

De esta manera, estos dos sistemas se oponen y se complementan, se limitan y se integran. Para lograr esta dinámica de equilibrios se requiere ts’ikel (tolerancia), pek’elil (humildad), ch’ujunel (creer-obedecer), ich’el ta muk’ (respeto), ch’abajel (pacificación) y, cuando se presentan problemas, sujtesel o’tanil (regresar el corazón). Más adelante nos detendremos en estos términos, que están asociados a la vida trascendente de la comunidad.

Comunidad y trascendencia

La comunidad se muestra a sí misma como obra de los Ahcananetic (los que nos cuidan), los seres sagrados. Veamos esta oración del pueblo de Guaquitepec, en la que se les habla a dichos seres sobre la comunidad, en este caso la Jalametic: "Ha’at nix alehbon hilel jlumal, ha’at nix alehbon hilel jk’inal banti laj wutsulon soc pobre awalaltac, soc pobre awu’untikil[8] [Tú misma me buscaste este mi pueblo que permanece, tú me buscaste este medio ambiente que permanece, y donde he vivido dulce y fraternamente con tus hijos pobres, con tu familia pobre]".[9]

Así la comunidad se trascendentaliza a sí misma, de tal manera que no se agota en lo utilitario, en la necesidad de supervivencia, en las ventajas que le da el equilibrio comunitario. Se trata de un orden superior al que está referido el individuo. Ese orden está representado por la comunidad, pero no es la comunidad. Ella vale y hay que obedecerla en tanto está dada por los Ahcananetic.

Quisiera subrayar un aspecto gramatical de la cita anterior resaltado con negritas. Se trata del sufijo tac. Es una partícula que pluraliza la palabra awalal (tu hijo). Con tac se convierte en tus hijos, pero esta forma de pluralización supone una relación entre iguales, entre sujetos a los que se les atribuye alguna identidad social común, de tal manera que no sólo se señala que son tus niños o tus hijos (awalaletic), sino que tus niños o tus hijos son personas iguales entre sí (awalaltac).

Las relaciones sociales tienen que ritualizarse a fin de que se refieran de una u otra manera al mundo de los Ahcananetic.

La comunidad regula, integra, limita, prescribe, acompasa, celebra, acompaña. Cada sujeto se sintoniza con ella y a su vez la influye. Algo de él hay en aquella totalidad, algo del poder y los recursos de su familia. La comunidad potencia las posibilidades de la familia, la protege y se nutre de ella. Es como la familia de familias, alimentada y enriquecida por cada una de ellas. Sin embargo, la comunidad supone formas muy diferentes de organización y de coordinación de la unidad doméstica.

La comunidad no depende de ninguna familia; depende de todas en conjunto. Por lo mismo, como entidad se coloca como un organismo superior a cada una de ellas y referida a los Ahcananetic como a seres superiores a la comunidad misma. A ellos sirve la comunidad, y al servir a los awalaltac se sirve también a los Ahcananetic.

En la familia la integración parece automática; en la comunidad hay que cuidar la integración, protegerla con rituales, santificarla. Así como a los ancianos se les identifica parcialmente con los ancestros, a todos los demás, de una manera abierta o sutil, explícita o tácita, se les tiende a identificar con los Ahcananetic; son sus awalaltac. Las interacciones ritualizadas consisten en eso: "Ja yu’un ay to sk’an ich’el ta muk’ spisil patchuc [por eso se requiere tomar la grandeza de todos nuestros semejantes]".

No podemos abandonar a la comunidad, y si ella nos abandonara estaríamos en el desamparo. El tzeltal no puede imaginar la vida sin la comunidad. Por eso el egoísmo parece un sin sentido, ya que es la forma de quedarse solo. En este contexto la generosidad (wuhtsil), entendida como servicio a la colectividad, se convierte en lo mejor de uno mismo. Porque el individuo tiene que estar en comunidad, y estar contra ella es como estar contra sí mismo y contra los Ahcananetic. Por eso no es extraño escuchar que debe verse lo bueno, sobre todo de la gente con la que vamos a tener un trato cercano: ver lo bueno de los compadres, de los ancianos, de todos aquéllos con los que no queremos pelearnos o estar mal.

Nos decía un promotor de educación de la comunidad de La Unión, en la cañada del Jataté: "Te yilel te bin lec ta pasel yah kiltic te pisil te binti lec ta pasel, ja yu’un ya jtuhuntic. Te binti lec yac yilel, te niwac cristiano, te binti lec mamal [Al mirar lo que se hace bien miramos todo lo que se hace adecuadamente, y eso nos es provechoso. Lo que se mira bien es el semejante grandioso, el buen señor]".

El ver lo positivo de otros miembros de la comunidad, lo grandioso que hay en ellos, tiende a convertirse en formas ritualizadas de relación, que constituyen referencias implícitas a lo sagrado. Estas formas fortalecen las dinámicas comunitarias de solidaridad.

La cortesía ritualizada permite asegurar formas armónicas de intercambio que favorecen la integración. El desempeño de diversos roles supone protocolos y modales propios que deben respetarse, como si no se entrara en relación sólo como individuo, sino como miembro de la sociedad que aplica los modales que prescribe su cultura. Como ejemplo, asomémonos a una visita que le hace una comadre a otra en la comunidad de Taniperla,[10] que parece mostrar una forma normal de trato entre las mujeres que tienen el parentesco espiritual del compadrazgo:

-Cumaré talonix, ¿bin awilel?
-Lec ay on cumaré. K’ax lec co’tan yu’un tal awilon.
-Jocoyal te jTatic teme lec ayat.
-Lec ay cumaré. Ochan, juclan.
-¿Bin k’ax te k’ahk’al awu’un?
-Mauc, lec ay. ¿Bin hilel te alaletik?
-Pues lec ay te alaletic. Te yan pues algo ay schamel.
-¿Yac a bal a leb spoxil?
-Yac lebe spoxil. Ya wan stah spoxil ta cumbahel. Algo ay ta slecubel.
-Weno, lec ay.
-Cumaré k’axan talel li’i ta banti ya x we’otic. Lab uch’a te a capel, la wean.
-Ma’ x kil.
-Uch’an a capel cumare, we’an ta lec.
Tey abi laj yo’tan te we’el, ochix xan k’op:
-Jocolawal cumaré, mero tsamil awo’tan ta bayal. K’ax butsan te we’elil, k’ax lec.
-Te pajel, teme yac ak’an conic ta k’altic soc te alaletic, ya jwe’tic itaj, chapay.
-Weno, mero lec ay cumare.
-Chican te binti ay ta k’altic o tey ta jamaltic, ya jmejtatic xtal we’etic soc cal nich’antic. Hich me butsan k’inal ya ya’iy te c’untikiltic teme ay stut we’el. Aunque ha u nax itaj o ja u nax mujyem o ha u nax chapay. Ay ixim, ay chenk’, ay mats. Ya cux soc te matse. Te alaletic wen butsan k’inal ya ya’iy.
-Ha nix hich abi, pues xbotic te pajel, ya xk’axon ta shab. Jocolawal ta bayal, ya me ix bonix ta jnatic.
-Te x awil aba ta hilel. Canantay me te alaletic, ila me te ateletic. Ich’a me te alaletic ta bayal. Pajal te butzan k’inal ya ya’iy soc te alaletic, como ha jun tseelil o’tanil te alaletike.
-Lec ay cumare, jocolawal.

[-Comadre, ya vine. ¿Cómo está tu mirar?
-Estoy bien, comadre, mi corazón está muy bien porque tú vienes a verme.
-Doy gracias a nuestro Padre si estás bien.
-Pero comadre, entra, siéntate.
-¿Cómo estás pasando tu día?
-Nada en especial, bien. ¿Cómo están los niños?
-Están bien. Uno está enfermo.
-¿Ya le diste su medicina?
-Ya, y parece que va sanando.
-Está bien.
-Comadre, pasa aquí donde comemos, toma café, come.
-No sé...
-Toma tu café, comadre, come bien.
Terminan de comer y continúan la conversación:
-Gracias. Tu corazón es muy agradable, comadre. ¡Fue tan sabrosa y buena la comida!
-Mañana si quieres vamos a nuestra milpa con los niños. Comeremos verduras y chapay.[11]
-Está muy bien, comadre.
-A ver qué hay en nuestra milpa o allí en el monte. Mis papás vendrán y comeremos junto con ellos y nuestros hijos. Será muy hermoso pasarla con nuestra familia si hay un poquito de comer, aunque sea sólo verdura o yerba mora o chapay. Tenemos también maíz, frijol y pozole. Para los niños será muy divertido.
-Así será, nos vamos mañana. Paso a buscarte en la mañana temprano. Ya me voy a nuestra casa.
-Que tengas el poder de mirarte a ti misma permanentemente.[12] Cuida bien a los niños, mira bien a los niños pues ellos sólo están felices.
-Está bien, comadre, gracias.]

No entraremos a estudiar aquí el compadrazgo entre los tzeltales. Sólo diré que supone formas ritualizadas de gran respeto y cercanía, como ésta que podemos adivinar tras el diálogo que hemos leído. Sólo abrimos una ventana para mirar relaciones cordiales de la vida cotidiana de un pueblo, que son claves para conformar el sentido de comunidad.

Relaciones como ésta son frecuentes. Hacen que los encuentros sean agradables y que la comunidad se fortalezca. Cuando uno visita a alguien en su casa es muy común que le invite a comer y que, al despedirse, le haga a uno un pequeño obsequio: puede ser un plátano, un xuxil waj (tortilla de maíz con frijoles tiernos) u otra gentileza. Este tipo de obsequios se dan incluso en encuentros casuales. Con dones como éstos se tiende a generar una relación armónica. Esto es lo normal en diversos lugares como Bachajón, T’ulilha o Guaquitepec, y es muy frecuente en cualquier paraje tzeltal. Los múltiples lazos, unos fuertes como el compadrazgo, otros sutiles como la cortesía, son claves para conformar la comunidad, sobre todo si los unimos a los rasgos estructurales que hemos presentado.

Detengámonos en el concepto de respeto, o reconocimiento de la grandeza, como una de las formas de apreciación claves de la articulación comunitaria.

Ich’el ta muk’, clave de la integración comunitaria

Podría traducirse ich’el ta muk’ como respeto. Una traducción más literal sería tomar la grandeza. Para adentrarnos en este concepto, escuchemos el consejo de un papá de Taniperla a su hijo:

Awich’a ta muk’. ¿Bin yu’un? Como awich’ ta muk’ spisil ejuc, jich yu’un jame lec ya schi’at yu’un, jame lec muk’bat yu’un. Ban yac atah jtuhl winic, pues ich’a ta muk’, jun meiltatil, jun bankil, awitsin: ich’a ta muk’, yu’un lec ya yilal te yantic xan. Ya sk’an yac awich’a ta muk’ te atat soc te anan. Ha hich jate yich’a ta muk’ te a me a tat [Toma grandeza. ¿Por qué? Porque al tomar la grandeza de todos, por eso mismo se hará dulce tu trato, procurarás magnificencia en ti y serás respetado. Cuando halles a un hombre toma de él la grandeza. Lo mismo con una anciana o un anciano, con un hermano mayor o con un hermanito menor, respétalos a todos, porque eso será aún mejor visto por los otros. Asimismo toma la grandeza de tu padre y de tu madre].

El respeto parece una clave fundamental de la educación comunitaria, ya que es muy importante la unión de todos los individuos. Esta necesidad se hace patente con frecuencia en la vida cotidiana. Y no es que todo sea integración y armonía, pero sí es claro que todos dependen de todos. La norma está basada claramente en la necesidad de cooperación constante, en la autoridad de la comunidad y en el servicio a los Ahcananetic.

Nadie puede violentar a voluntad las decisiones de la comunidad. Se requiere constantemente de la integración. Con una actitud respetuosa se facilita e impulsa esta integración. Cuando hay un claro poder coactivo, caciquil, las dinámicas del acuerdo tienden a debilitarse o a entrar en conflicto con la autoridad comunitaria tradicional.

El respeto es así una forma de estrechar vínculos, de prever conflictos. Cuando se ha faltado al respeto, muy probablemente se ha herido el sentimiento de alguien, y esto puede suponer grandes repercusiones, distancias entre familias que entorpecerán o harán imposible el desarrollo de diversos procesos comunales.

El respeto es algo que se asocia frecuentemente a la paz en las conversaciones entre tzeltales. Veamos un comentario de un promotor de educación de la comunidad de San Marcos, en la ribera del Jataté: "Teme mayuc te lamalil kínal hich ehuc mayuc kich’bel hbajtic ta muk’ te bin mero cu’untic ta sk’ubulil cuxlejal [Si no hay un medio ambiente de paz tampoco habrá respeto entre nosotros y el respeto es lo verdaderamente nuestro, nuestro derecho a la vida profunda]".

Las ventajas de la integración y las serias desventajas de la enemistad hacen importante garantizar las formas del respeto mediante interacciones ritualizadas en las que se actúa y se vive un clima de respeto. Estas formas se explican y se ejemplifican constantemente.

Describamos dos formas de respeto en la comunidad tzeltal: respeto a los ancianos y respeto a los niños.

Ich’el ta muk’ te Meiltatil, tomar grandeza de las ancianas y de los ancianos

Un papá explica cómo le dice a su hijo que respete a una anciana o a un anciano:

Tut querem, ya jcalbat, k’alal yac a tah jun Meiltatil tey ta be, ich’a ta muk’. Yac awalbey: "k’axan Tatic". Pero nahil yac awalbeyich. Teme ay a pixjol manalcotes a pixjol, yac awuts’ibey sk’ab. "K’axan Tatic, ma me xalat, cun me yax baht."
-Lec ay Tutil -xchi te Tatic.
Patil te Meiltatil ya yal. "Ja te tut querem mero k’ax lec, mero ay snail yu’un, mero ya yich’ ta muk’ te sMeiltatil."
[13] [Niño, te voy a decir, cuando te encuentres a una anciana o a un anciano por el camino, toma su grandeza. Dile: "Pase usted, Tatic". Inclínate con reverencia, si tienes sombrero descúbrete, bésale la mano. "Pasa, Tatic. No te vayas a resbalar, por favor ve con cuidado."
-Está bien, pequeñito -dirá el Tatic.
"Ese muchachito es muy bueno -pensará para sí-, verdaderamente tiene conocimiento y respeta a sus mayores."].

Al encontrarse con un anciano, el tzeltal normalmente tiene formas de gran respeto. El anciano o la anciana son autoridad, suelen atribuírseles poderes especiales. Él y ella están cerca de ser ancestros venerados; han sido parte de la base de la sociedad de hoy; con frecuencia son árbitros en las querellas para llegar a la reconciliación personal o comunitaria.

En las sociedades agrícolas tradicionales es común el respeto a los ancianos. Ellos han hecho posible la continuidad productiva al dejar las semillas (literal y metafóricamente) de su conocimiento y transmitir su experiencia. Esto supone una jerarquía que descansa en la noción de "anterioridad". El más viejo en el ciclo productivo no le debe nada a ninguno de los vivos. Sólo le debe a los ancestros. Desde el punto de vista de la estructura productiva, el viejo ha anticipado posibilidades de vida y ahora se le retribuye con estatus y respeto.[14]

Así, el anciano es símbolo de lo respetable. Desde esta perspectiva general, algunos viejos se distinguen por tener la autoridad moral de quien ha servido largamente, tiene poder personal y ha sido nombrado principal de su comunidad.

El ritual de respeto al anciano presupone un conjunto de signos externos que se aplican parcial o completamente: inclinar la cabeza, quitarse el sombrero, besarle la mano, dejarle lugar en el camino para que pase y un conjunto de palabras amables. Normalmente se le pide que cuide de sí mismo, ya que este valor de la autonomía personal es una clave de cualquier relación de respeto: "Xacanantay aba Taté [cuídese a sí mismo, Padre]", o bien "Te xawil aba Tatic [mírese a sí mismo, Padre nuestro]".

Es importante subrayar el significado aparente del sufijo tic, que se refiere a nosotros, primera persona del plural incluyente, ya que hay otra forma excluyente para el nosotros: otic. El uso de tic supone un padre de muchos, sin límite a su paternidad. Éste es un título que también se le da a Dios. Uno de los significados implícitos de esta forma ritualizada es la afirmación del parentesco tanto con el padre como entre sus hijos.

Ich’el ta muk’ te alaletic, tomar la grandeza de los pequeños

Nos comenta un amigo de Taniperla:

Jun tatil yas yich ta muk’ te salaletic teme ya scholbey bin’ut’il ya xu ya sa’tej, bin’ut’il ya stsun ixim, binti la sbaj ta a’tel ta sk’al, ya scholbeyic ta lec. Hich abi ya snop te alaletic.
Te tatil ya yalbey ta snich’an:
-Te abi hich me yac anop bajel. Hich ta patil teme yac scholbey te yantic, te awal anich’an yac awalbey. Hich te binti la snop te anan atat, te la scholbat te lekil k’op, te la scholbat a stojil. Janix me hich ya a pas ehuc, yu’un me hich ya sk’an pasel. Teme ma stohiluc, ma xa nop awal anich’an
[Un papá toma grandeza de sus hijos si los guía bien, si les explica cómo pueden trabajar, cómo sembrar maíz, si el papá les dice qué va a trabajar en su milpa; si los orienta hacia lo bueno. Así pues los niños aprenden.
El papá le dice a su hijo:
-Así irás aprendiendo. Con el tiempo tus hijas y tus hijos te considerarán a ti si los orientaste bien. Ellos verán que su padre y su madre le enseñaron lo que sabían con buena palabra y guiándolos rectamente. Así harás tú también, porque verdaderamente así se necesita hacer. Si no es rectamente, no aprenderán tus hijas y tus hijos].

El respeto a los pequeños parece entenderse como un conjunto de consejos y estímulos positivos, a fin de que el niño o la niña se ubique en relaciones sociales que le atraerán respeto hacia sí mismo. Es decir, se le ubica en un contexto de reciprocidad, se le da un lugar de trabajo. Desde ese lugar puede integrarse solidariamente con sus mayores en la producción y entender el vínculo con los ancestros.

El padre suele decirle al niño qué trabajo hace aun antes de llevarlo a trabajar; qué sembrará, en dónde está la milpa familiar, el cafetal, el frijolar. El niño entiende pronto que su comida y la de todos sus seres queridos depende de esa producción. Y al hacerse partícipe en ella está dándole de comer a los suyos.

La excursión con papá para conocer los lugares de cultivo, el experimentar cosas novedosas y atractivas, el propiciar que el niño lleve algo para que coman su mamá y sus hermanos, el hacerlo sentir beneficiario de los suyos, todas éstas son motivaciones que el buen padre-pedagogo maneja con maestría. Él sí sabe tomar la grandeza de su hijo. El pequeño puede entender de esta manera que llegará a ser como su papá y como su abuelo, que se atraerá grandeza hacia sí mismo, como ellos.

La cooperación familiar permite experimentar la bondad de las normas y su funcionalidad en la vida social. Así, el niño puede imaginar su futuro como productor, como padre de familia, como servidor apreciado por la comunidad. Al visualizar este panorama tiene ante sí la posibilidad de entender la racionalidad de los preceptos, y al entenderlos puede visualizar un orden deseable. Las pautas de conducta, entonces, no dependen solamente de la circunstancia, ni de hechos específicos, sino que la circunstancia se regula por las normas.

El precepto educativo de evitar la coacción a los niños y a las niñas es una forma sumamente importante de yich’ ta muk’ te alaletic (tomar grandeza de los pequeños). Es, al parecer, una de las claves más importantes de la educación tzeltal, a través de la cual se hace posible propiciar el sentimiento de un bien interior causado por la interacción respetuosa de la familia y la comunidad. Ja yu’un ya sp’ijtes te alaletic (por eso se hacen inteligentes y únicos los niños).

La cooperación voluntaria que el niño acepta tiene que llenarse de estímulos, de reconocimientos, de cariño, del aprecio de la comunidad, pero sobre todo de la comprensión personal del sentido de su labor, del orden social en el que se inserta, del respeto a sus decisiones. Entonces puede comprender desde una perspectiva más amplia, ser creativo y tener gusto por el trabajo: Teme te pisil patchuctac ya yich’ic ta muk’ te yantic, xlamlom yax bajt te comonal, xlamlom ya xbajt te bahlumilal (Si todos toman la grandeza de sus semejantes, con armonía marchará la comunidad, con armonía irá el mundo).

Ch’abajel

El ch’abajel supone un proceso para pasar de la tensión a la relajación, de la enemistad a la fraternidad, de la bulla al silencio. Puede ser un proceso entre dos personas, entre dos o más familias, entre comunidades distintas.

El ch’abajel implica la voluntad de reintegrarse, de dejar atrás los agravios, los malos entendidos. Esta reintegración, este regreso de la tranquilidad puede realizarse entre dos personas o entre la comunidad como un todo. El proceso será considerado como sagrado.

Nos comenta un vecino de La Soledad cuál es un procedimiento normal cuando uno quiere rehacer la amistad:

Te ch’abajel ha teme ay bin yac apas invitar jun amohlol, jun acumparé. Yac a wak’ yu’un k’exlal, mac yu’un k’exlal ya’iy. Yac wac jun ch’abajel, ha yu’un hich abi yac a mac ak’exlal ya’iye. Ya xu yu’un spas invitar te a cumparé; ay bin ca man o bin ca pas lan tebuc te tak’in [El ch’abajel es, por ejemplo, cuando invitas a un compañero o a un compadre porque quieres deshacer alguna vergüenza. Entonces realizas un ch’abajel. De esa manera entierras la vergüenza aquélla. Puedes invitar al compadre, sólo compras algo o gastas un poco de dinero].

Lo normal para sellar el proceso del ch’abajel es k’opon te Cajualtike (hablarle a Nuestro Señor), de tal manera que la reconciliación supone un vínculo con lo sagrado. La fuente de la armonía está en el momento del ch’ab (silencio), y hay que evocar ese momento mediante el contacto con lo sagrado.

Un compañero de Santa Elena de la Cañada del río Perla nos complementa esta idea: "Ya sk’an mach’a ya sna ta lec pasel jun oración yu’un hich wen lec yax bajt a. Hich ya sk’anbe te scuxlejal, ya sk’an scuxlejal ta bahlumilal. Hichuc ya hich yas k’an ya yal ch’abajel [Se necesita a alguien que sepa hacer bien una oración para que todo se realice adecuadamente. Así lo quiere la vida del espíritu, así lo quiere la vida del mundo y esto que se quiere se llama ch’abajel]".

La adhesión del individuo a su sociedad se representa como una cuestión sagrada mediante la cual se sella un pacto que nos reintegra como grupo. Con ello se representan ideales sociales a los que frecuentemente se refiere, implícita o explícitamente, el rito del ch’abajel.

Los principales tienen la investidura de dirigentes político-religiosos con poderes superiores, necesarios para propiciar la reconciliación en el seno de la comunidad. Su autoridad moral es clave para reconstruir la armonía. Ellos, como administradores de la cuestión religiosa y consejeros de calidad en la organización comunitaria, tienen una amplia capacidad de convocatoria que facilita el acuerdo.

Continúa el compañero de La Soledad:

Te principaletic ha te spasic yayel te ch’abajel, te k’openic te Dios, ja ya stsobowanic, ya stsob te catequistaetic, t’uneletic, mach’a te xan ta a’teletic yas yom, ya schap sk’opic ta yutil ch’ul na. Ya xk’ax te comonal te bin ya yich’ chapel yu’unic te bin necesidad yilele, ja scuenta ine ta spisil principaletic [Los principales realizan el ch’abajel, le hablan a Dios, reúnen a los catequistas, diáconos y a gente que tenga cualquier otro trabajo que se requiera. Se arreglan los problemas dentro de la Santa Casa (iglesia). La comunidad arregla los asuntos pendientes, los principales ven esos pendientes y todos ellos se abocan a resolverlos].

Los principales oran y ayunan y deben guardar una actitud humilde y de servicio para que se acepte y se incremente su condición de portadores de la autoridad de la comunidad.

Aclara el vecino de Santa Elena que: "Te ch’abajele ja te sk’pon ta Cajualtik ya spastike ma’ uch’emic, ma’ we’emic ta pisil k’ajk’al. Hich yu’un tulan scoblal te principaletic pues bayal scoblal [En el ch’abajel los principales le hablan a nuestro Señor y no comen ni beben durante todo el día; así es porque se trata de algo de suma importancia para los principales, ya que el asunto es de gran importancia]".

Los principales harán el ch’abajel para oponerse a las desgracias, a las enfermedades, a los malos tratos, a las plagas y a todos los males del pueblo, ya que el ch’abajel es una forma de reconciliación con el cosmos.

Se cuenta que cuando suceden desgracias o se avecinan peligros en el pueblo de Cancuc, los "ancianos principales" rezan en la iglesia en periodos acordados a fin de que cese el mal: el mal de la langosta que acaba las milpas (te k’ulub), el mal de la ceniza de un volcán que oscureció el cielo (yal tan), el mal de la guerra que vuelve (k’ax te kera yan vuelta). Cuando se narran estos sucesos no es raro que se use la palabra ch’ab, para indicar que la desgracia ya está pasando. "La palabra Ch’ab equivale a ‘cesar algo’, ‘disminuir en intensidad’, ‘enfriarse’, y es normal escucharla en relación a la enfermedad para denotar que ésta afloja. Es asimismo ‘oración’ -de la clase que se pronuncia ante una cruz- y está en la raíz de ceremonia de curación (ch’abaytayel). También es significativamente silencio."[15]

Quien realiza el ch’abajel es visto frecuentemente como una especie de intercesor o de abogado ante los Ahcananetic, o ante el Cajualtic.

En el municipio de Tenejapa se acostumbra que los tijwiniketic (dirigentes) elijan a una mujer en cada paraje para que realice el ch’abajel sistemáticamente. Esta mujer debe guardar una compostura ejemplar para poder servir adecuadamente a su comunidad. Su cargo dura un año y durante todo el año no deberá enojarse. Si se enojara ya xjim te cuxlejal (trastornaría la vida).

Detengámonos en un relato de nuestra amiga de Tenejapa, quien nos explica brevemente:

K’alal ya yich’ te ya’telic ta sahchibal habil, ya sch’abajic, ya slehhic te mach’a sk’anbe te cuxlejalil. Ja jtuhl ants te mach’a ya sna lec te ch’ab ya yalic. Ja nix hich te jtuhl ants o jtuhl metic te ay ch’abaj lec. Ya sk’an te yich’ baht ta muk’ ec, ya sk’an te ma’ xilin ta yohlil sna, ya sk’an ta yich’ ta muk’ te yal nich’ane. Ja nix hich junal habil [Cuando los tijwinic toman su cargo al principio del año realizan el ch’abajel y buscan quien ame a la vida del espíritu; una mujer que sepa bien lo que se llama Ch’ab (silencio, oración de silencio), puede o no ser madre pero debe realizar bien la pacificación. Ella, al igual que los tijwinic, debe ser muy respetuosa de todos, es necesario que no haya ira en su casa, que tome la grandeza de sus hijos y así debe permanecer todo el año].

Con los datos que hasta aquí hemos presentado ya se puede apreciar un poco la importancia que el ch’abajel tiene para las comunidades tzeltales. Se trata de un fenómeno socio-religioso con el cual tiende a preservarse el lamalil k’ínal ta comonal (la paz de la comunidad).

Ts’ikel

Quizá la mejor traducción para este verbo es tolerar.

Un amigo del ejido Betania nos dio este ejemplo: un borracho le da de pronto un buen golpe a su compañero, que no ha bebido nada. Quien está en su juicio tiene que aguantarse.

Un amigo promotor de derechos humanos de la comunidad de San Luis, cercana a la reserva de los Montes Azules de la selva Lacandona, comenta:

Teme ay te mach’a yuts’inotic ayuc ts’ikel cu’untic te bin yax coy ta jcuentatic. Aunque jo’otic ma’ jts’ikix ya jk’antic, jaxan ts’ik hbahtic xan. Hichuc ay te jlamalil k’inal, ya yik’ smahliyel cu’untic [Si alguien nos molesta debemos tener nuestra tolerancia. Aguantarnos y sostenernos así por nuestra propia cuenta. Aunque ya no queramos seguir tolerando, sin embargo tenemos que tolerarnos entre nosotros aún más. De esta manera habrá un ambiente de paz y paciencia].

Se suele decir: ma xu cu’untic jchahpantic te wocolil te ta comonal teme mayuc mach’a ya sts’ik te yantic (No podemos arreglar los problemas de la comunidad sin que alguien tolere a otros). Hay que aguantar y esperar el momento de actuar con sensatez, porque estamos mejor dispuestos para aceptar nuestras propias faltas cuando vemos que el otro ha tolerado nuestras impertinencias.

Esto nos explica el mismo compañero de San Luis:

K’alal te jo’otic ya x yalbotic ta jun mulil soc yan kermanotic, teme te kermano ya sts’ikbotic te binti ya spasbetic, ya sk’an te jo’otic ehuc soc spisil co’tantic ya jchahpan hbajtic soc. Hichuc ay te slamalil k’inal.

Teme ay ats’kel ay awuhtsil awo’tan ta chahpajel aba soc awermano [Cuando le decimos y estamos enfrentados con un hermano por una falta, si el hermano nos tolera nuestro modo es que quiere que nosotros también, con corazón sincero, arreglemos la dificultad con él. De esta manera habrá un ambiente de silencio interior, de paz.

Si tienes tolerancia es que tienes generosidad en tu corazón para arreglarte con tu hermano].

La persona sabia sabrá cómo dejar de lado las afrentas que inquietan, para que no le afecten a la hora en que es pertinente tolerar, y estará serena cuando tenga que mediar entre dos personas en conflicto. Sobre esto continúa nuestro amigo de San Luis: "¿Bin’ut’il ya spas te p’ijil winik teme ay yu’un jun muk’ul wocolil? Ma’ xch’ixin te wocolil ta yo’tan [¿Cómo hace el hombre sabio si tiene un problema grande? Él no deja que el problema le haga ruido en su corazón]".

Sujtesel co’tantic

Literalmente podemos traducirlo como "el regreso de nuestros corazones". Quizá una traducción menos afortunada sea "perdón". Algunas veces la comunidad juzga que no puede o no debe realizarse el juicio del regreso del corazón, y alguno o algunos de los protagonistas del conflicto pueden recibir severos castigos, como ir a la cárcel o permanecer amarrados a la intemperie por uno, dos o tres días con sus noches, sin comer ni beber.

La comunidad juzga cuál es el procedimiento adecuado para el caso. Sin embargo, quien cometió la falta puede solicitar el sujtesel o’tanil.

La falta puede afectar a una persona en particular o a toda la aldea, pero se considera que toda falta altera el lamalil k’inal (el medio ambiente de paz), y por lo mismo es una cuestión que afecta a toda la comunidad.

Iniciemos nuestra exposición con la explicación de un compañero de la comunidad de La Sultana, casi al final de la cañada de Patiwits:

Ja mero scoblal te bin’ut’il ya sujtes co’tantic. ¿Bin ora ya spas ito? Ja te k’alal ora ya sk’ojotic ta hahchem k’op, teme ay jo’otic ta jlumaltic o jmohlol la stah te jun k’op soc. ¿Bin ya jpastic? Te bin mero muk’ scoblalil ta orita ta te suhtes o’tanil. ¿Binti ya htah tijc ito? Ja te k’alal jo’otic ay a’tel ta jlumaltic. ¿Mach’a tihcat a’teleticke? Ay a’tel yu’un bahlumilal, ay a’tel yu’un iglesia. Ja ya yilic te k’op te hahchem, ta sahchibal ya k’ax yilbeyic ban caj ha te k’ope.

Teme ay jun tulan k’op yich’ halel, jaxan ma’ xwehtsbel alile, yik’il ta yan, yan mohlolotic te mach’a ya sna sahtayel, mach’a ya sna meltsa’anel ja te k’op hahchem, hich min ja te lokesbel alile.

Te bin ya muk’ scoblal jate bin ya spas hich te binti ya spas te k’axlanetike: ya shahch un tsib ha te binti cabetic jun acta sbijil. Ta jun jlumaltic lum teb te hich pasel te k’op hameto. Casi ma’ hich pasel yu’un ja jun stalelix ta jlumaltike te bin mero muk’ scoblalile xcoye. Ja teme ta schebal te mach’a hahchem k’op ya tsacbe sba sk’an.

Ja ito teme ta jun yorahil ma’ xcoy ta chahpanel, ha scoy spisil antsetic, alaletic te ban ya xcoy yalic. Ya xcoy smeltsa’anel soc tsahtayel ja te k’ope. Ja yu’un yich’ lokesbel te k’op hahchem. ¿Pero yan chan bin xcoy te alaletic? Talem te mamaletike, te me’el mamaletike. Ja ya sk’an teme ma’ xcoy ta pasel te bin k’op hahchem. Ja nix coyem te alaletike yu’un ya yilic te bin k’op hahchem. Te hich halel ma’ xu yich’ pasel yan vuelta [Es muy importante saber cómo regresar nuestros corazones. ¿Cómo se hace eso? En el momento en que iniciamos un pleito, si estamos en nuestro pueblo e iniciamos el problema con un compañero, ¿qué hacemos? Es muy importante que en ese momento regresemos el corazón. ¿Cómo dirigir ese regreso del corazón? Hay en nuestro pueblo quien tiene trabajo para dirigir esos procesos. ¿Quién dirige este trabajo? Hay trabajo del mundo, hay trabajo de la iglesia. Tenemos que ver el problema que se inició; desde el principio tenemos que ver la causa de la dificultad.

Si el problema es muy grave de tratar y, sin embargo no se mejora, tenemos que buscar a otro, otro compañero que sepa cómo bajarle el tono a la dificultad, que sepa cómo arreglar la complicación que se ha iniciado y de esa manera eliminarla.

Es importante no hacerlo como lo hacen los ladinos. Ellos inician un escrito que se le llama acta. En nuestras comunidades esto se hace muy poco, casi no se hace porque no es el modo de ser de nuestros pueblos. Lo que sí es verdaderamente importante es reunirse. Si sucede por segunda vez que alguien inicia el problema, entonces quizá se hace necesaria el acta.

Si el problema no puede arreglarse entre los enfrentados y el mediador, entonces se reúnen todas las mujeres y los niños, se juntan para arreglar el problema o para disminuirlo. Así en asamblea tendrá que salir la dificultad. ¿Pero para qué reunir a los niños? Vienen los ancianos y las ancianas. Se necesita que así sea para que no vuelva a darse este problema. Por esto se lleva a los niños, para que vean el problema, y que sepan que eso no puede volver a suceder otra vez].

Cuando el problema se soluciona se declara el sujtes o’tanil (el regreso del corazón). Entonces ya nadie debe hablar de las faltas o delitos cometidos. La persona que fue perdonada normalmente no vuelve a recibir recriminación; puede volver a tener cualquier puesto o trabajo dentro de la comunidad, aunque haya defraudado. Eso ya quedó de lado, porque la comunidad ha regresado su corazón, ha renovado sus lazos.

Cuando se dan problemas muy severos, se formula un juicio con testigos y pruebas. Pero al final, si el culpable reconoce su error y pide perdón, la comunidad normalmente lo perdona y ya no se vuelve a mencionar la falta. Por eso es importante que no quede por escrito. Si así fuera, equivaldría a que no se hubiera perdonado al culpable, a que se guardara en un papel su delito (but’il ya sk’ej smuhlil tey ta jun). Se necesita restablecer nuestra confianza, la grandeza de nuestro corazón (muk’linel co’tantic yan vuelta).

Es importante un intermediario con representatividad y cargo en la comunidad, a fin de hacer a la propia sociedad intermediaria, para que no se afronten los problemas desde las partes. La racionalidad de los tzeltales supone anteponer la confianza en la sociedad antes que en la propia capacidad de resolver el problema. El punto de vista de los sujetos en conflicto es importante, pero subordinado a la mediación de los que tienen trabajo en la comunidad.

Con frecuencia el problema no puede solucionarse inmediatamente. En esos casos habrá que recurrir al sahtayel (disminución, discernimiento). Ése será el objetivo en una primera fase. No estará solucionado el conflicto, pero disminuirá la agresión. Para lograrlo se requiere de alguien con mucha autoridad moral y con una buena actitud, que no recurra al regaño ni a la violencia. Hay verdaderos artistas, psicólogos especialistas dentro de la comunidad, que aúnan a su posición y su credibilidad su habilidad en el trato.

El mediador deberá propiciar que las partes hablen bajo, que no griten (ma’ soc tulan k’op) y que asuman una posición de humildad y sinceridad (spek’elil soc spisil yo’tanic). Para lograrlo irá despacio, transmitirá tranquilidad a los quejosos. Se requiere tiempo, ir poco a poco (ya sk’an k’un ta k’un ya schahpan bajtic).

Un elemento clave en este proceso es encontrar las causas del enfrentamiento. Te cajetic (las causas) son lo primero que deberá precisarse y aclararse a todos los que intervendrán en el sujtesel co’tantic.

Cuando el sujeto que inició el problema reconoce su falta y pide perdón, dirá a la asamblea, si es el caso, o simplemente a la autoridad mediadora, algo así: Kermanotac: Ya k’ambe jbajtic sujtesel co’tantic, yu’un te hich yax ayin te cuxlejal a. Manchuc ya cuts’inix bahtic, manchuc ay te bin ya calbe hbahtikix, tohcotikix te kristianohic, ma’ spisiluc ora ya jcuts’ino hbahtic. Jauc aca wen cuxlejal cu’untic. Te perdon ya jk’antike yu’un melel, ma’ lotiluc. Ja at ma’ ya xbohloban xan, jo’on ma’ ya jbohlban xan. Ja hich ya sk’anbe sujtesel co’tantic abi kermano (Hermanos: necesitamos regresar nuestros corazones porque así nace la vida. Ya no nos molestaremos, ya no habrá recriminaciones, somos gente recta, no nos molestamos en todo momento. Queremos que haya buen espíritu entre nosotros. El perdón que queremos es verdadero, no falso. Tú no harás más maldad y yo no haré mal ya más. Por eso se necesita que regresemos nuestros corazones ya, hermano mío).

Este pacto se asume como un pacto ante Dios, ante los Ahcananetic, ante la vida y para engrandecer la vida del espíritu. Por eso no será extraño que afirmen al final: Teme ya sujtes co’tantike kermano, ja lec ya sujtes co’tantic ta stojol te Dios, ma’yukix problema (Si regresamos nuestros corazones, mi hermano, será bueno, pues regresamos nuestros corazones ante Dios y ya no habrá ninguna dificultad).

Quien pide perdón y quien lo otorga asumen que se trata de una acción recíproca ante la comunidad. Le piden perdón también a la comunidad, porque han perturbado slamalil k’inal (su ambiente de paz). Por eso, después de abrazarse entre sí, van y abrazan a cada uno de los miembros de la comunidad y le piden perdón expresamente.

Te slamalil k’inal ya xtal yan vuelta yu’unic jun nax co’tantic ay otic (El ambiente de paz regresa otra vez porque somos ya un solo corazón).

Comentarios finales

La vida, que es el espíritu, requiere de la integración comunitaria, de un ordenamiento social con sus regularidades y sus reglas, de la autoridad moral que la comunidad ha depositado en los principales, así como de múltiples articulaciones entre la familia, entre las familias, entre los compadres y los amigos, entre los trabajos que se intercambian para formar una integración colectiva.

Para lograr una conjunción armónica entre estos elementos se requieren actitudes virtuosas de las que se habla con frecuencia en la comunidad tzeltal. Se teoriza sobre ellas, se practican, se ritualizan, se reflexiona sobre cómo debe ser el ritual. Todo esto constituye un conocimiento aplicado sistemáticamente, controlado mediante el discurso y la observación social, que no atañe sólo a los adultos. La moral social también es un asunto de los infantes, niños y niñas que apenas tienen conciencia de lo que es la vida en sociedad pero que ya tienen que estar presentes, ser copartícipes del regreso del corazón para conformar la vida del espíritu.

El conocimiento de las virtudes y de las normas que de ellas se derivan está implícito en sus causas, en su impacto sobre la psicología de los otros sujetos y de la colectividad. El sentido de estas prácticas se expresa como la búsqueda de un lekil cuxlejal (buena vida).

Tomar la grandeza de los otros aparece como una virtud central de la que oímos hablar con muchísima frecuencia entre los tzeltales: tolerancia, obediencia a la palabra común, sabiduría, respeto al anciano, a la anciana, a los niños y niñas, al mundo, a la comunidad o los Ahcananetic. Y cuando se rompe el respeto hay que restaurarlo. Para eso son los complejos sistemas del ch’abajel, del sujtesel co’tantic y de otras formas de relación social que no hemos tocado aún.

El acceso a la tierra y el uso del ecosistema pasan por los valores y las regulaciones de la comunidad, por sus trabajos, por sus arreglos, su cooperación y su justicia. Hay que confiar más en la comunidad que en uno mismo para lograr un k’ubulil cuxlejal (una vida profunda, o una vida espiritual profunda).

La educación comunitaria es un proceso permanente, no sólo de inculcar reglas y órdenes sociales, sino también, y principalmente, un sentimiento placentero de solidaridad, de grandeza vista en los otros, cuya observación y promoción hacen sentir un bien personal y un sentido superior de pertenencia e identidad. Identidad que no se agota en la pequeña comunidad, sino que se proyecta en el mundo trascendente de los Ahcananetic y en la comarca india que está conformada por una comunidad de comunidades. Ella constituye la esencia del pueblo indio.


Notas:

[1]

Robert Nisbet, La formación del pensamiento sociológico, vol. I, Amorrortu, Buenos Aires, 1990, pp. 71-72.

[2]

Nos referimos a familias nucleares: padre, madre e hijos, con un promedio de alrededor de seis miembros.

[3]

Chiapas en cifras: para entender Chiapas, Centro de Información y Análisis de Chiapas (CIACH), México, 1997, p. 6.

[4]

La macana sembradora es un palo puntiagudo de aproximadamente metro y medio de alto, con el que se van haciendo pequeños agujeros donde se coloca la semilla.

[5]

Carlos Lenkersdorf, Los hombres verdaderos: voces y testimonios tojolabales, Siglo XXI-Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1996, p. 90.

[6]

Carlos Lenkersdorf, Cosmovisiones, col. Conceptos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1998. En las páginas 20, 21 y 22 de este texto, el autor presenta ocho tipos de sujetos distintos, clasificados en la lengua tojolabal e interpretados en castellano.

[7]

Cita que hace Eugenio Maurer en su libro Los tzeltales (Centro de Estudios Educativos, México, 1984), sobre la necesidad reconocida por los tzeltales de Guaquitepec de mantener el respeto a los principales para conservar la unidad del pueblo. Cambié un poco la traducción de Maurer, que traduce jun yo’tan te lum como "armonía en el pueblo". Prefiero una traducción más literal: "no será el pueblo un solo corazón". Lo hago a fin de subrayar una forma de valorar la unidad, tanto del pueblo como de la integración psíquica del individuo: "un corazón".

[8]

Citado por Eugenio Maurer, op. cit., p. 491.

[9]

La traducción de esta cita es mía.

[10]

Ésta no es una grabación directa de la visita de una mujer a su comadre, sino la narración de una persona que me cuenta cómo suelen darse este tipo de visitas.

[11]

El chapay es un fruto silvestre muy sabroso. Se da en una palmera pequeña llena de espinas. La envoltura del chapay se parece a la de la mazorca, aunque está llena de espinas, al igual que la palmera de donde brota. Si se pone en las brasas cinco o diez minutos está listo para comerse. En el interior tiene un pequeño tronco. De éste brotan unos cabellos gruesos que tienen una especie de pequeños granos de maíz. Sabe un poco parecido al elote.

[12]

Parecerá extraña esta traducción literal de la despedida, pero con ella quiero subrayar la gran diferencia de conceptos que tienen los tzeltales en relación con el mundo occidental. No se le dice a la comadre que esté bien, sino se desea que aplique el mecanismo para estar bien, y ése es verse a sí mismo, conocerse a sí mismo.

[13]

Entrevistas con Francisco Hernández, Taniperla, noviembre de 1997.

[14]

Ver Claude Meillassoux, Mujeres, graneros y capitales, Siglo XXI, México, 1984, pp. 64-5.

[15]

Pedro Pitarch Ramón, CH’ULEL: una etnografía de las almas tzeltales, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 173.



Revista Chiapas
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Chiapas 7
1999 (México: ERA-IIEc)


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