Chiapas
2


Enrique Semo
El EZLN y la transición a la democracia

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Presentación

Ana Esther Ceceña,
Universalidad de la lucha zapatista. Algunas hipótesis

Rubén Jiménez Ricárdez,
La guerra de enero

Enrique Rajchenberg S. y Catherine Héau-Lambert,
Historia y simbolismo en el movimiento zapatista

Enrique Semo,
El EZLN y la transición a la democracia

Susan Street,
La palabra verdadera del zapatismo chiapaneco

José Blanco Gil, José Alberto Rivera y Oliva López,
Chiapas: la emergencia sanitaria permanente


PARA EL ARCHIVO

Servicios del Pueblo Mixe, A. C.,
La autonomía: una forma concreta de ejercicio del derecho a la libre determinación y sus alcances

Acuerdos sobre derechos y cultura indígena a que llegaron las delegaciones del EZLN y del Gobierno Federal en la primera parte de la Plenaria Resolutiva de los diálogos de San Andrés Sacamch’en, 16 de febrero de 1996

Francisco Pineda,
La guerra de baja intensidad

Elizabeth Pólito y Juan González Esponda,
Cronología. Veinte años de conflictos en el campo: 1974-1993


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Uno de los aspectos más originales del movimiento guerrillero de Chiapas es la relación que se establece entre insurrección armada y reforma democrática. Desde su estallido, la rebelión chiapaneca se ha constituido en actor activo y autónomo de la transición mexicana a la democracia, entendida ésta en su sentido más limitado de transparencia electoral, igualdad entre los partidos, libertades individuales, estado de derecho y, en el caso de Chiapas, igualdad racial y autonomía indígena.

El fenómeno no es totalmente nuevo. La democracia estadounidense surgió de una revolución anticolonial y la francesa le debe mucho a la toma de la Bastilla y el derrocamiento violento de la monarquía. Más recientemente, puede decirse que la democracia lograda en Nicaragua y El Salvador se debe en buena parte a los guerrilleros socialistas y su disposición -llegado el momento- a cambiar los rifles por los votos. Sin el derrocamiento de Somoza y la derrota de los impulsos autoritarios de la oligarquía salvadoreña, jamás se hubieran consolidado en esos países pactos democráticos que incluyen a la izquierda. En América Latina, la lucha armada es la partera de la democracia aun cuando ésta sólo se consolida en el ejercicio electoral y parlamentario. En México no hay duda que en la apertura de Echeverría y la reforma electoral de López Portillo estuvo presente la amenaza guerrillera aun cuando en grado menor que en Centroamérica. Otro elemento de continuidad: con la notable excepción de Cuba y Nicaragua, la mayoría de los conflictos guerrilleros latinoamericanos culminaron, no en la victoria de uno de los contendientes, sino en la negociación y la adopción de un pacto democrático entre ellos.[1]

Existen, sin embargo, tres diferencias esenciales. Los movimientos guerrilleros del pasado estaban inspirados por las ideas de la revolución y la toma del poder. Desembocaron en la legalidad republicana porque la relación mundial y nacional de fuerzas no les permitió ir más lejos. Algunos de sus protagonistas siguen convencidos hasta hoy que la toma del poder hubiera sido preferible. El EZLN, en cambio, comenzó ahí donde las demás guerrillas terminaron: desde el principio hizo muy claro que su objetivo era la creación de condiciones democráticas que aseguraran la libertad para las mayorías trabajadoras. En su posición, las experiencias de las guerrillas nicaragüense, salvadoreña e incluso venezolana y cubana en materia de democracia se hicieron teoría y programa.

La segunda es que el EZLN jamás se consideró la vanguardia del movimiento popular, ni vio en su forma de lucha la única posible. Desde sus primeros pasos públicos se concibió como el interlocutor de un movimiento popular extraordinariamente diverso y pluralista, y consideró que en las condiciones mexicanas la lucha armada era complementaria y más bien la respuesta a una situación local excepcional.

La tercera es que, mientras que los movimientos guerrilleros anteriores fueron protagonistas de acciones armadas prolongadas, la del EZLN duró unos días y su fuerza se basa en el diálogo y la colaboración política con una sociedad civil cuyos componentes se oponen en general a la lucha armada. Su trayectoria de los últimos dos años puede calificarse de acción política desde posiciones de paz armada.

Estas tres diferencias alejan al EZLN de experiencias guerrilleras anteriores que se proponían el derrocamiento de los gobiernos establecidos y lo acercan a la nueva ola de los movimientos sociales de los últimos veinte años, que tienden a asociar la solución de sus problemas particulares cada vez más con la autonomía frente al estado y la ampliación de los espacios democráticos.

La concepción del EZLN sobre la relación entre lucha armada y democracia fue revelándose poco a poco desde los primeros meses de 1994 en una mezcla de declaraciones políticas, prosa literaria y decisiones que deben ser integradas para recuperar la totalidad de la imagen. Ya en su llamamiento del 6 de enero aparece esbozada por primera vez:

las condiciones de extrema pobreza en que viven millones de campesinos -dice el manifiesto- tienen una causa común, la falta de democracia. Estamos convencidos que el respeto auténtico a la libertad y la voluntad democrática del pueblo son condiciones indispensables para el mejoramiento de las condiciones en las cuales los desposeídos de México viven.[2]

1. De la toma del poder a la transformación democrática

Deslindándose de experiencias guerrilleras anteriores, los hombres del EZLN no pretenden sustituir el sistema político existente por otro inventado por ellos, sino derrotar el autoritarismo para que los ciudadanos puedan elegir democráticamente el que más les parezca. En una entrevista concedida a Medea Benjamin a principios de enero, el subcomandante Marcos plantea el problema en una forma que no deja lugar a dudas:

¿Hay lecciones que Ud. haya aprendido de la revolución cubana?

Bueno, no sé si puede llamarlas lecciones, porque no tomamos a Cuba como nuestro punto de referencia. Pero aprendimos que no se puede imponer un tipo de política a la gente, porque tarde o temprano se termina haciendo lo que se criticó. Se critica un tipo de totalitarismo y se acaba ofreciendo otro tipo de totalitarismo. No se puede imponer un sistema político a la fuerza.

Hay una gran diferencia entre los movimientos guerrilleros de los cincuenta, los setenta y los actuales. Antes decían: "Hay que deshacerse de esta clase de gobierno y poner en su lugar a otra clase". Nosotros decimos: "No, el sistema político no puede ser resultado de la guerra. La guerra sólo debería servir para abrir espacios en la arena política para que la gente tenga realmente derecho a escoger".[3]

En una declaración hecha en los primeros días de febrero, se establece con claridad la relación entre medios y fines, los límites de la vía armada y su relación con otras formas de lucha simultáneas:

La cuestión es -dice Marcos en una entrevista con el New York Times- que no vemos la lucha armada en la forma clásica de los guerrilleros, la lucha armada como un camino único, como una verdad única todopoderosa alrededor de la cual gira todo. Si hay algo que define nuestra lucha, es que es antidogmática. No fuimos a la guerra el 1° de enero para matar o que nos mataran, fuimos para hacernos oír. Por el momento -dice el entrevistador que habló con varios dirigentes- los insurgentes ven su lucha como política y su objetivo es inspirar y fortalecer a grupos que en la sociedad civil mexicana sostienen las mismas amplias metas.[4]

En el pliego petitorio que el EZLN presenta a la Mesa de Diálogo el 1° de marzo de 1994, la demanda número uno, la que se encuentra a la cabeza del documento, es "que se convoque a una elección verdaderamente libre y democrática, con igualdad de derechos y obligaciones para las organizaciones políticas... La democracia -sostiene el documento- es el derecho fundamental de todos los pueblos indígenas y no indígenas. Sin democracia no puede haber libertad, ni justicia, ni dignidad".[5]

A la hora de la Convención Nacional Democrática, cuando la influencia política del EZLN estaba en su cenit y seis mil delegados y simpatizantes se presentaron en el valle de Aguascalientes superando todas las dificultades, los guerrilleros resistieron la tentación extremista y volcaron la fuerza presente al apoyo del reclamo de elecciones transparentes el 21 de agosto y el avance de las fuerzas de izquierda. En su discurso del día 8 del mismo mes, Marcos renunciaba a darle al encuentro un carácter constitutivo o de representación nacional, y lo ubicaba en el mundo más modesto de los "esfuerzos por un cambio democrático":

Muchos se han preguntado qué pretenden los zapatistas de esta CND... El EZLN responde a esa pregunta: No un brazo civil que alargue el siniestro brazo de la guerra hasta todos los rincones de la patria... No la autoadjudicada representatividad de la nación, no la designación de un gobierno interino, no la redacción de una nueva Constitución, no la conformación de un nuevo constituyente, no el aval para un candidato a la presidencia de la república..., no a la guerra. Sí a la construcción de una paz con justicia y dignidad... sí al esfuerzo por un cambio democrático que incluya la libertad y la justicia para los mayoritarios en el olvido.[6]

El 30 de julio, el EZLN había llegado a un acuerdo con el comisionado de la paz Jorge Madrazo, para permitir la instalación de 65 casillas electorales en su zona. Se formó una comisión electoral especial y se llegó al acuerdo de que los guerrilleros no podían votar con su pasamontañas puesto, a menos que la foto de su credencial coincidiera. Es más, el EZLN no fue neutral, tuvo su candidato local y participó activamente en la campaña. En la zona que controlaba, 19 mil de los 29 mil electores registrados acudieron a las urnas. De ellos, 70% votaron por el candidato del PRD y 24% por los del PRI. No se reportaron irregularidades ni protestas, de manera que el resultado fue el primer censo realista de la popularidad de los guerrilleros en la zona. En cambio, en muchas de las otras casillas instaladas en Chiapas la votación no fue tan pacífica. Las quejas y los conflictos menudearon, y el estado se llevó la palma del fraude a nivel nacional.

Un año más tarde, el EZLN convocaba a un plebiscito -práctica poco usual en la tradición autoritaria mexicana- para decidir si se transformaba en una fuerza política. En Chiapas, la consulta organizada por Alianza Cívica se llevó a cabo en 1 307 asambleas comunitarias, de las cuales 545 en la zona del EZLN. Se pusieron además 162 mesas en 82 de los 110 municipios de la entidad. Mucho más que una encuesta, el evento, que logró a nivel nacional instalar más de diez mil mesas y sumar 1 200 000 votos, es lo más cercano a un plebiscito que ha conocido la historia de México.[7]

Su disposición a hacer uso de las elecciones y a consultar con la opinión pública nacional para tomar decisiones políticas decisivas distinguen al EZLN de los movimientos guerrilleros de liberación nacional del pasado. El EZLN ha demostrado que no se propone establecer un nuevo régimen político sino impulsar la reforma democrática; que no considera la lucha armada como la única vía sino un recurso excepcional impuesto por condiciones extremas; que no irá más lejos de lo que sus seguidores y aliados de la sociedad civil quieran.

Y sin embargo, el EZLN no es un movimiento por la democracia como fue el navismo en San Luis Potosí. Es, ante todo, un movimiento de los pobres y para los pobres. Su objetivo central no es el respeto a la ley y el voto. Se inscribe sin duda en el proceso de democratización nacional, pero su ideario y su composición lo llevan más allá de éste. Su radicalismo no emana sólo del recurso a las armas, sino del programa económico y social que lo inspira. Su objetivo es a la vez apoyar la democracia emergente y asegurar en ella la presencia de una fuerza comprometida con los sectores más desfavorecidos de la población.

Tampoco debe ignorarse ni la existencia de una "línea dura" en su seno, ni la evidente dualidad de su posición. Por lo menos en tres ocasiones el EZLN ha jugado más al derrumbe o a la descomposición del sistema que a una transición pacífica a la democracia. Y esto se expresa en su actitud hacia los partidos y las elecciones. A mediados de febrero de 1994, Marcos manifestó en una entrevista a La Jornada: "...No confiamos en nadie más que en el fusil que tenemos. Pero pensamos que si hay otro camino no es el de los partidos políticos; es el de la sociedad civil". ¿Pero contraponer partidos y sociedad civil a seis meses de las elecciones presidenciales no equivale a cuestionar al mismo proceso electoral? Otro elemento de esta ambigüedad ha sido la actitud negativa hacia el PRD en momentos decisivos, pese a las numerosas muestras de solidaridad de los militantes y dirigentes de ese partido. Cuando Cuauhtémoc Cárdenas visitó al subcomandante Marcos el 15 de mayo del mismo año, tres días después del infausto debate presidencial, en lugar de otorgar al PRD y a su candidato un muy necesitado y claro apoyo, Marcos declaró: "Hemos visto con preocupación que el PRD tiende a repetir en su seno aquellos vicios que envenenaron desde su nacimiento al partido en el poder... Se puede decir que el PRD es en sí mismo democrático, se puede engañarnos y engañarse, pero es seguro que el mañana democrático en México no nacerá de estos métodos políticos", y sólo después de esas denuncias otorgó su apoyo a Cárdenas sugiriendo claramente que su entendimiento era con él, no con su partido.[8]

La escena volvió a repetirse después de las elecciones del día 21 de agosto cuando Marcos trató de formar el Movimiento de Liberación Nacional con Cárdenas y, una vez más, sin el PRD. El clímax de esta tendencia se produjo cuando, en vísperas de las elecciones locales del 15 de octubre de 1995, el EZLN dio la orden a sus seguidores de abstenerse de votar, causando la derrota de los candidatos independientes y del PRD en las zonas que controlaba. El argumento fue: "El EZLN no se alzó en armas para que el PRD llegara al poder, sino por democracia, justicia y libertad".[9] Pero en esto los zapatistas comparten la posición de otras corrientes de la izquierda que sólo están dispuestas a dar su aval al proceso democrático en la medida en que éste les asegura su victoria. Nunca han dejado de jugar a la ruptura violenta o al golpe de mano decisivo.

Ese dualismo se sustenta y reproduce en el gradualismo de los gobiernos priístas que prolongan la existencia de la mayoría de los vicios del sistema de partido único, negándose a orientar al país francamente por la vía de una transición negociada de rumbos definidos. Responde además a la situación especial de una fuerza que está negociando con el gobierno demandas sociales y económicas de los indígenas, no con el aval de sus votos, sino desde posiciones de paz armada. El EZLN sólo podrá integrarse de lleno y en condiciones de igualdad al proceso de transición después del acuerdo que lleve a su desarme.

2. La evolución de las fuerzas integrantes del EZLN

Se ha intentado presentar al EZLN en una luz completamente diferente, como una fuerza revolucionaria ortodoxa que encubre sus posiciones por razones tácticas. Para ello se señalan algunos rasgos de su origen. Se ha dicho y no sin razón, que algunos de sus organizadores pertenecieron en las dos décadas anteriores a una izquierda que preconizaba la toma del poder por la vía armada, la instauración del socialismo y la dictadura del proletariado. La crítica tiene poca relevancia para el desempeño público del EZLN, porque esas posiciones no aparecen en ninguno de sus actos o declaraciones de los últimos veintidós meses.

Sin duda, en los años sesenta y setenta, estos objetivos jugaron un papel central en el arsenal ideológico del movimiento guerrillero. Otros sectores de la izquierda daban más importancia a la lucha por la democracia y participaban, sin registro ni garantías, en las justas electorales, pero subordinándolas siempre a los objetivos de la revolución y el socialismo. La democracia se veía, más que como un fin en sí mismo, como un medio para una "acumulación de fuerzas" previa. Aún así, la idea nunca fue muy popular en los medios guerrilleros. En cambio había en ellos impulsos antiautoritarios importantes que se manifestaban en la conciencia de que el movimiento debía construirse democráticamente, desde abajo, con las opiniones y la participación de todos sus militantes y simpatizantes. La democracia no jugaba un papel central en la ideología de la izquierda de antaño, pero el cliché de que los impulsos democráticos estaban ausentes de su pensamiento es una calumnia que no tiene sustento en los hechos.[10]

La crítica que se refiere a los orígenes del EZLN es irrelevante, porque la historia de esos revolucionarios de los setenta no es muy diferente a la del resto de la izquierda mexicana y latinoamericana. Es la historia de la transformación de una cultura política que transita de la centralidad de los valores de la revolución y el socialismo a los de la democracia y el desarrollo con equidad. Resultado de desarrollos internacionales el proceso no ha terminado aún. El derrumbe del "campo socialista" demostró que el socialismo sin democracia y libertades individuales es imposible y que la igualdad económica impuesta a costa de los derechos ciudadanos acaba por volverse contra sus partidarios. La evolución de ésta y todas las izquierdas es a la vez una toma de conciencia y un imperativo de la situación existente. Es parte del proceso por medio del cual la izquierda se reinventa.[11] El cambio acelerado de las ideologías es signo de los tiempos. Por eso es tan erróneo juzgar a la izquierda de 1995 por lo que pensaba hace treinta años, como definir al PAN actual por sus ideas de 1940 o confundir al PRI actual con el de hace cuatro décadas.

Lo que es seguro es que, sea cual fuere la forma que tomó -desconocemos aún los detalles- entre los dirigentes del EZLN, esa metamorfosis se produjo antes del estallido de la rebelión zapatista, en las sombras de la ilegalidad y la acción conspirativa y le permitió presentarse desde sus primeros pasos públicos, como una fuerza comprometida prioritariamente con la democracia. Además, esos sobrevivientes de la izquierda marxista no son el único componente del EZLN y la misma evolución puede detectarse en los demás. Ni la teología de la liberación, ni el movimiento de liberación indígena nacen instalados en los paradigmas de la democracia representativa.

El movimiento rebelde hubiera sido imposible sin la acción pastoral que se inició en la década de los sesenta. Inspirados en la Conferencia Episcopal de Medellín y la teología de la liberación, cientos de curas y miles de catequistas se volcaron al trabajo entre los indígenas, adiestrándolos en la discusión fraternal, la toma de decisiones y la creación de sus propias organizaciones. Si su interpretación de los textos sagrados contiene un mensaje eminentemente democrático de autoestima, cooperación y autogobierno en la construcción de las organizaciones de los pobres, no se inscriben precisamente en los postulados de la transición a una democracia electoral y representativa. Más que parlamentario, el espíritu de sus enseñanzas es revolucionario.[12]

Algo similar puede decirse sobre la base social del EZLN. Independientemente de las tradiciones democráticas internas de los indígenas que se manifiestan en las "asambleas itinerantes", las consultas periódicas, el respeto al derecho de expresión en las reuniones y el principio del consenso, éstos han tenido experiencias sumamente negativas con las justas electorales y los partidos políticos. Sus victorias locales contra los candidatos del PRI nunca fueron respetadas y sus intentos de apoyarse en los partidos de oposición fueron castigados con represiones masivas. En las regiones indígenas los caciques han pisoteado sistemáticamente la democracia electoral, y los gobiernos locales del PRI y sus aliados indígenas han corrompido, encarcelado, expulsado e incluso matado a quien se atreve a oponérseles abiertamente. Los dirigentes indígenas que lograban ganar una presidencia municipal eran comprados, cooptados o asesinados. Lo que los críticos del EZLN se abstienen de decir es que el patrón de desarrollo de ese movimiento guarda un paralelo evidente con otros que como el jaramillismo de Morelos o el Partido de los Pobres de Guerrero recorrieron todos los caminos de la legalidad y, sólo cuando estuvieron seguros de que éstos estaban cerrados, recurrieron a la insurrección armada.

Entre los indígenas, la vía política tampoco se ajusta a los moldes de la democracia occidental. Los cacicazgos indios no son mejores que los ladinos y el efecto corruptor del clientelismo y la negociación tendiente a obtener concesiones económicas inmediatas es muy profundo. En ese ambiente, su confianza en el quehacer político oficial o la esperanza de que su realidad pudiera ser cambiada a través de elecciones y del parlamentarismo no existían o se habían agotado.[13]

La clave de esta aparente paradoja entre pasado y presente debe también buscarse en la historia sui generis del ejército zapatista, una guerrilla que llevó diez años de preparación, ocho días de combate y dos años de acción política desde posiciones de paz armada. Es el encuentro del EZLN con la sociedad civil, con la campaña electoral y con la ya iniciada, si bien pospuesta, transición a la democracia tal y como se presentan en los primeros meses de 1994, el que le imponen una dinámica democratizadora, relegando a etapas posteriores sus demás objetivos. A partir del armisticio del 12 de enero de 1994, el ejército zapatista contempla la posibilidad de su transformación en fuerza política legal. Desde el mes de marzo, sus dirigentes comenzaron a negociarla; los partidarios de la teología de la liberación actuaron como mediadores empeñando toda su influencia y su prestigio en una solución pacífica que ampliara la democracia. En lo que a los insurgentes indígenas se refiere, en 1994 participaron por primera vez en forma activa y autónoma en el proceso electoral para la elección de gobernador de su estado y, en 1995, conquistaron puestos de representación municipal y estatal auténticos.

3. Por el camino de la paz armada

Apenas estalló la rebelión, Salinas de Gortari tuvo que reconocer que el problema no podía ser resuelto por el camino de las armas. Después de una semana de acción desplegada, el ejército no había logrado nada decisivo. Los guerrilleros se habían retirado a la jungla en buen orden, sin perder a sus jefes, su equipo y su capacidad de combate. Un informe gubernamental confidencial[14] indicaba que el gobierno temía que el ejemplo zapatista cundiera a otras comunidades que habían ya manifestado "un alto grado de beligerancia". Las organizaciones internacionales de derechos humanos protestaron ruidosamente contra las violaciones a los derechos humanos cometidas por el ejército federal y la prensa y la televisión mundiales reaccionaron con una gran campaña de simpatía y solidaridad por los extraños guerrilleros indígenas y sus enmascarados dirigentes.

Por su parte, los inversionistas extranjeros manifestaron con hechos sus temores de que la violencia cundiera a otras partes del país. En un fenómeno aislado de las tendencias de otras bolsas en el mundo, la mexicana se fue a pique y, el 10 de enero de 1994, tuvo su peor día desde el nefasto 1987, con una caída de 6.3% y un alto nivel de operaciones. Más tarde, en el mes de junio, los principales guías de inversionistas en los Estados Unidos, el Standard and Poor y el Moody’s, decidieron posponer la calificación del riesgo en México hasta que el problema de Chiapas estuviera controlado y un nuevo presidente fuera electo.[15] A partir de ese momento, una extraña relación se estableció entre el desarrollo de la crisis chiapaneca y la conducta del peso y la bolsa de valores que reaccionaba nerviosamente a las amenazas de guerra. Todavía el 21 de octubre de 1995, la detención de Fernando Yáñez Muñoz que el gobierno presentó como el "comandante Germán" produjo un violento estremecimiento financiero que sin duda pesó decisivamente en su rápida liberación. Esta relación ha sido hábilmente aprovechada por los zapatistas para fortalecer su posición en las negociaciones con el gobierno.

Por si eso fuera poco, el apoyo ciudadano cundió rápidamente. Algunos días después del inicio de las hostilidades, el Zócalo se vio abarrotado por la gigantesca "Marcha por la Paz en Chiapas". De 80 000 a 100 000 personas, en la protesta más grande desde el fraude de 1988, abarrotaron la plaza pidiendo "Alto a la Masacre". Signo de los tiempos es que el orador principal fue el padre Miguel Concha, provincial de la orden de los dominicos en México. Siguieron otras manifestaciones no menos impresionantes en el resto del país.[16] La sociedad civil iniciaba un proceso de acercamiento y solidaridad con el EZLN que había de ir creciendo. En una encuesta hecha a finales del mes de enero, 61% de los interrogados contestaron que el conflicto podría haberse evitado y 40% afirmaron que el gobierno tenía la culpa.[17]

Leyendo correctamente todos esos signos, el 10 de enero por la mañana, Salinas aceptó la renuncia de su primo y exgobernador de Chiapas, Patrocinio González a la Secretaría de Gobernación y algunas horas más tarde designó a Manuel Camacho Solís, exregente de la ciudad de México, "Alto Comisionado por la Paz y la Reconciliación en Chiapas". El día 12 anunció un cese unilateral al fuego proclamando su deseo de "reconciliación, paz y respeto a los derechos humanos" y pidió iniciar negociaciones. El 16, en un discurso televisado, fue más lejos aún, proponiendo una amnistía para todos los que habían cometido actos de violencia hasta entonces en Chiapas. El EZLN recibió un trato que ninguna de las guerrillas mexicanas de los años sesenta y setenta habían recibido. El escenario estaba puesto, la estrategia de los zapatistas triunfaba, la rebelión armada se transformaba en factor político reconocido, se iniciaba la etapa de la paz armada.

En la evolución del EZLN, ha influido en forma decisiva la respuesta solidaria y entusiasta de amplios círculos populares, intelectuales y las ONG en las ciudades y el campo. En universidades, centros cívicos, en los movimientos sociales de todo el país, hubo discusiones, seminarios, talleres, dedicados a examinar la situación en Chiapas y sus perspectivas. Surgió el ESPAZ (Espacio Civil por la Paz) y la CND (Convención Nacional Democrática), el cinturón de la paz que vigila en las sedes de negociación y las marchas de solidaridad en todo el país. En una entrevista del mes de junio, Marcos describe la relación que se estableció entre la sociedad civil organizada y el EZLN a partir del cese de fuego:

Si a ustedes les sorprendió el 1° de enero, a nosotros nos sorprende el 2 de enero. Y de una u otra forma ustedes y nosotros nos hemos estado desencontrando. Nosotros pensando que ustedes son la vanguardia nuestra y ustedes pensando que nosotros somos la vanguardia de ustedes. Ustedes esperando a que nosotros les digamos qué vamos a hacer, y nosotros esperando a que nos digan qué vamos a hacer... Tratando de resolver este problema, qué vamos a hacer. ¿Por qué no nos sentamos de plano y vamos a hablar qué queremos hacer o qué esperamos hacer? Ésa es la idea de la Convención; vamos a sentarnos los civiles que queremos una cosa y los militares que quieren la misma cosa.[18]

La presencia actual del EZLN en el proceso de democratización sigue siendo importante. Entre el 27 de agosto y el 12 de septiembre de 1995, se produjeron una serie de cambios que aceleran su transformación en fuerza política y su inclusión, en plan de igualdad con los partidos, en el Diálogo Nacional de Reforma del Estado. El 27 culminó la Consulta Nacional que demostró una vez más que el EZLN cuenta con un apoyo nacional sustancial. Cinco días más tarde, el presidente de la República anunciaba que estaba de acuerdo en que los zapatistas participaran en el Diálogo Nacional. Una semana más tarde, se firmaba en San Andrés Sacamch’en el primer acuerdo importante después de cinco meses de estancamiento. Las pláticas entraron en la etapa constructiva de examen de los asuntos en litigio. Así, el EZLN ha obtenido el reconocimiento de su derecho de participar en negociaciones de asuntos nacionales que le había sido cuestionado en el transcurso de ambas negociaciones y el presidente Zedillo dio muestra de sensibilidad y flexibilidad, abriendo el Diálogo a fuerzas que no son ni partidistas, ni parlamentarias para consolidar la gobernabilidad del país.

Como lo han señalado varios analistas, la situación no deja de estar llena de contradicciones y peligros, pero éste es un precedente que seguramente se repetirá muchas veces antes de que culmine la transición a la democracia, porque gracias al grito de Chiapas en el proceso democratizador, el México real está comenzando a alcanzar al México formal. El mundo de caciquismo, violencia ilegal, semiesclavitud, discriminación racial y miseria crónica en que viven un número crecido de mexicanos no puede ser superado en el marco de la ley y las instituciones republicanas, porque en la ley los caciques no existen.

La experiencia del EZLN nos recuerda que la transición no puede ser concebida exclusivamente como un acuerdo en las cúpulas para renovar y fortalecer las instituciones democráticas a nivel nacional, porque se repetirían los errores de las innumerables reformas del estado que han tenido lugar en México desde 1824. Pretendiendo perfeccionar la legislación republicana, no se atrevieron a abordar el problema de su aplicación en regiones dominadas por caudillos como Santa Anna o Saturnino Cedillo o caciques como Patrocinio González o Figueroa que ancestralmente se han reído de todas ellas. Para ser efectiva, la transición nacional a la democracia debe ser acompañada por decenas o cientos de transiciones particulares, concretas y diferentes entre sí. Si la república se instaura de verdad en Chiapas y su ejemplo comienza a cundir en Tabasco, Oaxaca, Guerrero, Michoacán y miles de micropatrias en donde la ley es letra muerta y la vida no vale nada, la transición a la democracia equivaldrá a una verdadera revolución política. Si no es así, será para muchos, quizá la mayoría de los mexicanos, letra muerta.

El pacto que se fue conformando entre el EZLN y la sociedad civil a nivel nacional, tiene como base no la lucha armada, sino la democracia. Si el resultado de la Consulta Nacional por la Paz y la Democracia no engaña, quienes simpatizan con él le piden que no renuncie a sus ideales pero que, en el momento adecuado, deje las armas y se vuelva fuerza política. En caso de que esto suceda, una vez más la trayectoria del EZLN no sería esencialmente diferente a la que han conocido las fuerzas guerrilleras en Nicaragua y El Salvador. La diferencia está en que, para estas últimas, la idea y la posibilidad de la conversión sólo aparecieron después de muchos años de lucha armada y miles de muertos.

4. Una guerra de posiciones

El EZLN no es un foco guerrillero al estilo Che, ni una rebelión indígena tout court, ni la primera revolución posmoderna de América Latina. En todas sus prácticas, aparece esa fusión de lo local y lo externo, lo indígena y lo clasemediero, de ideologías universales y reclamos particulares, de tradiciones revolucionarias populares y de radicalismo laico y religioso que forma parte del bagaje de miles de activistas que los movimientos de 1968 y la siguiente década desparramaron por el país en ese proceso que Carlos Monsiváis ha llamado "la sociedad que se organiza". Pese a su carácter armado y su innegable originalidad, en eso el EZLN no se distingue demasiado de múltiples movimientos sociales que han surgido y se han consolidado tanto en la ciudad como en el campo mexicano en el último cuarto de siglo. Por eso no podían dejar de reconocerse mutuamente con rapidez.

Representa más bien un punto -nodal, es verdad- en el abigarrado mapa móvil de organizaciones tradicionales y novedosas, grandes y pequeñas, estables y pasajeras de nuestro país. Según datos oficiales, sólo desde el temblor de 1985, se han formado más de 2 000 Organizaciones No Gubernamentales.[19] Existen micro y macro experiencias similares en todos los ámbitos que sólo se distinguen por su mayor o menor éxito. Muchos de estos grupos y movimientos tienen una potencialidad democratizadora insospechada. Organizan sectores de la sociedad civil para actuar en campos que hasta ahora estaban reservados al estado y amplían los espacios de libertad individual y colectiva de los ciudadanos. La espectacular entrada en la historia del EZLN confirma una vez más la necesidad de reevaluar el papel de estos movimientos sociales. En Chiapas como en otras partes del país, tienden a consolidarse conquistando posiciones de negociación sin sacrificar su autonomía o aceptar relaciones clientelares con el gobierno o los partidos. Son un signo de vitalidad y a la vez de dispersión, y su impacto democratizador será, por lo general, positivo mas no siempre eficaz.

Se ha discutido ya el impacto que la rebelión chiapaneca ha tenido en la transición a la democracia. Las señales son contradictorias y, como siempre, las relaciones de causalidad entre sucesos simultáneos son materia de discusión. Una cosa es indudable. La transición a la democracia en México ha sido y seguirá siendo larga, penosa y llena de retrocesos y saltos. Ningún evento por dramático que haya sido puede ser considerado un factor decisivo. El movimiento de 1968, las guerrillas de los setenta, las crisis económicas de 1982 y 1995, la campaña electoral de Cárdenas en 1988, han jugado todos su papel como impulsores de un proceso que aún no termina. El EZLN pertenece a la misma categoría. No sería exagerado decir que su impacto es equiparable al que tuvieron el movimiento de 1968 o el de 1988. Cuando dentro de una o dos décadas el proceso institucional haya culminado, todavía nos quedará un largo camino que recorrer en el campo de la cultura. Aun concibiendo la democracia en sus términos mínimos, en México la transición cubrirá una larga etapa histórica. Pero, en un contexto más inmediato, no puede negarse que su papel ha sido decisivo.

Durante cinco años, el gobierno del presidente Salinas de Gortari pensó que si lograba buenos resultados macroeconómicos, no había porqué arriesgar la unidad del PRI y la estabilidad del país con reformas políticas demasiado ambiciosas. El mismo presidente se encargó de hacer explícita la posición afirmando en dos ocasiones que no se podía reformar la economía y el sistema político al mismo tiempo y que la primera tenía prioridad sobre la segunda. Sus reformas de 1990 y 1993 no pusieron en peligro el sistema de partido único, ni mejoraron sustancialmente la posición de los partidos de oposición. La entrega negociada de algunos gobiernos estatales y municipales y la creación de la Comisión de Derechos Humanos se produjeron en medio del ascenso del poder presidencial a un nivel desconocido en el último cuarto de siglo. La represión contra el PRD y algunos movimientos populares fue muy intensa. En este contexto, la aparición en escena del ejército zapatista y la amplia simpatía que despertó no produjeron algo totalmente nuevo, pero sí sirvieron para reiniciar procesos que se habían detenido.[20]

Días después de iniciada la rebelión, el nuevo secretario de Gobernación convocaba a los partidos a llegar a un "compromiso por la paz, la democracia y la justicia". Abandonando la política de alianza con el PAN y exclusión del PRD, por primera vez, ese partido fue convocado en plan de igualdad. Ya el 27 de enero se firmaba un acuerdo inicial y dos meses más tarde los tres partidos principales aprobaban un documento común, que si bien no era una reforma electoral definitiva, representaba un salto respecto de las dos anteriores.[21]

En él se plasmaron medidas que el gobierno había venido resistiendo empecinadamente durante más de una década. Esto hubiera sido sin duda imposible sin los rebeldes de Chiapas. Además la guerrilla, que aún velaba sus armas, se convirtió en un árbitro de la validez de las elecciones y un recurso de última instancia para los agraviados potenciales, haciendo imposible un fraude masivo como el de 1988. Sin dejar de ser fraudulentas, las elecciones de 1994 fueron quizá las más limpias que ha tenido México desde 1911.

5. La revolución chiapaneca

Pero es en Chiapas donde los efectos de la insurrección armada han sido más espectaculares. Allí está en marcha no sólo una revolución política sino también una revolución social que será muy difícil parar. Para comprender su profundidad y su verdadero significado, es necesario recordar que la estructura política de Chiapas se parecía, hasta hace algunos meses, más a las que existían en México en el siglo XIX, que a las que rigen a la mayoría del país en la actualidad. La legalidad republicana apenas si encubre la red de relaciones caciquiles-clientelares que gobierna realmente al estado. La consolidación de la burocracia posrevolucionaria no disolvió la vigencia de las coerciones individuales feudales ejercidas por esos agentes privados, simplemente las reordenó, articulándose con ellas. Como dice Neil Harvey, las élites locales se insertaron con éxito en las esferas públicas de reforma agraria, subsidios estatales e incluso indigenismo.[22] En Chiapas siguieron existiendo las cárceles y los cementerios privados, el derecho de pernada, el racismo en las instituciones oficiales y el poder judicial, las guardias blancas. Es en esa realidad en donde hay que buscar la explicación y la legitimidad del EZLN y el proceso que desencadenó. A esas alturas, éste engloba a la totalidad de la población de ese estado fronterizo. Durante cerca de dos años, campesinos, miembros de las clases medias, pequeños propietarios, autoridades locales se han visto envueltos en luchas que, paulatinamente, disuelven prácticas, actitudes e instituciones ancestrales.

Quizá pueda traerse, como ejemplo de los cambios acaecidos, la desacralización del título de gobernador. Nombrados desde el centro, símbolos del poder absoluto, virreyes encargados de mantener el orden establecido sin que la población trabajadora pudiera intervenir en su elección o sancionar su conducta, los últimos gobernadores ejercieron o toleraron la represión despiadada. De 1974 a 1987 se cuentan 982 líderes asesinados tan sólo en una parte de la región indígena de Chiapas; 1 084 indígenas detenidos sin bases legales; 379 heridos de gravedad; 505 secuestrados o torturados; 334 desaparecidos; 38 mujeres violadas; miles de expulsados de sus casas y sus tierras; 89 pueblos que sufrieron quemas de viviendas y destrucción de cultivos.[23] Pues esa institución yace ahora, hecha añicos, quebrantada, profanada. No podría ser ejercida de la misma manera ni volverá a inspirar entre los indios el mismo temor que en el pasado. En menos de veinte meses, se vio obligado a renunciar Elmar Setzer Marseille, gobernador en turno cuando estalló la insurrección. Su protector, el exgobernador Patrocinio González Blanco Garrido Canabal, debió renunciar a la Secretaría de Gobernación y huir del país. Otro exgobernador, el general Absalón Castellanos, fue secuestrado por los insurgentes y liberado sólo después de que le fue leída en público la cartilla de todas sus fechorías. Eduardo Robledo, electo en las muy sospechosas elecciones del 21 de agosto, también se vio obligado a renunciar para abrir el camino a la segunda ronda de negociaciones. Por si fuera poco, en ese breve lapso, Chiapas contó también con un gobernador interino, Javier López Moreno. En menos de veinte meses, cinco gobernadores y exgobernadores han sufrido en cuerpo propio el acto simbólico de la degradación pública y uno tuvo una gestión comparable a la trayectoria de un cometa.

El 21 de agosto de 1994, Chiapas tuvo probablemente las primeras elecciones en las cuales el pueblo pudo intervenir. Según los datos oficiales, el candidato del PRI, Eduardo Robledo, sacó el 54% de los votos, Amado Avendaño el candidato del PRD recibió 34.9% y Cesáreo Hernández del PAN, alcanzó el 9.2% de los sufragios. Aun cuando se aceptaran esos resultados, el PRD multiplicó más de siete veces su votación de 1988 y el PRI recibió 17% menos votos que en ese año.[24] Pero las ONG calificaron a Chiapas como el estado con mayor número de violaciones de la ley electoral: el candidato del PAN habló de un fraude mucho más sofisticado que en el pasado, y el PRD documentó una lista de irregularidades que abarcaban la inmensa mayoría de las casillas.[25]

Este tipo de elecciones no podían regresar la paz a Chiapas. El 3 de octubre, manifestantes tomaron municipalidades en cinco poblaciones. Algunos días más tarde, 25 000 indígenas participaron en un mitin de apoyo a Avendaño en San Cristóbal. En el mitin que siguió, un comunicado de la CEOIC declaró que nueve regiones del estado eran multiétnicas y sus ciudades eran autónomas. No pagarían impuestos al gobierno usurpador de Robledo y sólo reconocían a Avendaño. Durante varios meses reinó una incómoda dualidad de poderes que sólo desapareció con la renuncia de Robledo.

Las elecciones del 15 de octubre de 1995 trajeron al estado de Chiapas la legalización del pluralismo. Tanto el PRI como el PRD presentaron candidatos a la presidencia de los 110 municipios y los 24 distritos de diputados. El PAN se presentó en 39 municipios y 18 distritos. De acuerdo a datos del día siguiente, el PRI obtuvo más de 80 municipalidades, el PRD logró 18 y tenía probabilidades en otros 6, el PAN logró 5 entre los cuales se encontraba el de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y el PT obtuvo 2. Por primera vez se reconocieron los triunfos electorales del PRD y el PAN reivindicó un ascenso de 1 000% en su votación.[26]


Notas:

[1]

Véase Thimoty P. Wckham Crowley, Guerrillas and Revolution in Latin America. A Comparative Study of Insurgents and Regimes since 1956, Princeton Press, Nueva Jersey, 1992; Martha Harnecker, Pueblos en armas, Era, México, 1984, y Jean Larteguy, The Guerrillas, New World Press, Nueva York, 1970.

[2]

La palabra de los armados de verdad y fuego, Editorial Fuenteovejuna, México, 1994, p. 67.

[3]

Medea Benjamin, entrevista; Subcomandante Marcos, en Elaine Katzenberger (comp.), First World, ha ha ha. The Zapatista Challenge, City Lights, San Francisco, 1995, p. 61.

[4]

The New York Times, febrero 8 de 1994, p. A3.

[5]

La palabra... Op. cit. p. 264.

[6]

Subcomandante Marcos, "Esperamos la palabra de la paz, no la claudicación", en Cemos Memorias, n. 70, septiembre de 1994, p. 15.

[7]

La Jornada, 29 de agosto, p. 6 y 10, y 30 de agosto de 1995, p. 5 y 18.

[8]

Proceso, n. 990, 23 de octubre de 1995, pp. 6-9.

[9]

Ibid, p. 6.

[10]

Véase Enrique Semo, "Huellas indelebles. Las ideas políticas en el PCM", en El Buscón, n. 2, 1984, pp. 17-49.

[11]

Véase Jorge G. Castañeda, La utopía desarmada, intrigas, dilemas y promesas de la izquierda en América Latina, Joaquín Mortiz, México, 1993, caps. XI y XII.

[12]

Véase Phillip Berruman, Liberation Theology. The Essential Facts about Revolutionary Movements in Latin America, Phantom Books, Nueva York, 1987.

[13]

Jorge A. Collier, Basta. Land and the Zapatista Rebelion in Chiapas, The Institute for Food and Development Policy Oakland Ca., 1994, pp. 69-89 y 125-147.

[14]

The Economist, 15 de enero de 1995, p. 39.

[15]

John Ross, Rebellion from the Roots. Indian Uprising in Chiapas, Common Courage Press, Monroe, Maine, 1995, p. 141.

[16]

Ibid, p. 151.

[17]

The New York Times, 21 de enero de 1994, p. A3.

[18]

Proceso, n. 927, 8 de agosto de 1994, p. 8.

[19]

La Jornada, 19 de septiembre de 1995, p. 1.

[20]

The Economist, 22 de enero de 1995, p. 13.

[21]

Proceso, 14 de marzo de 1994.

[22]

Neoliberal Rule and Peasant Resistance in Chiapas: The Struggle for a Postclientelist Political Order, ponencia inédita, mayo de 1995, p. 4.

[23]

Pablo González Casanova, "Causas de la rebelión en Chiapas", en Perfil de La Jornada, 5 de septiembre de 1995.

[24]

Proceso, n. 930, 29 de agosto de 1994, p. 19.

[25]

Ibid.

[26]

Proceso, n. 990, 23 de octubre de 1995, p. 9.



Revista Chiapas
http://www.ezln.org/revistachiapas
http://membres.lycos.fr/revistachiapas/
http://www33.brinkster.com/revistachiapas

Chiapas 2
1996 (México: ERA-IIEc)


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